Rincón de las maravillas
La conspiración de la galletita
viernes, enero 3, 2020

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El plan se creó una noche oscura y de tormenta. La habitación estaba iluminada con la tenue luz de un velador, alrededor de la cual estaban sentados los tres conspiradores.

—Ya todos conocen la situación —dijo Tom, el mayor y más alto. Señaló hacia la puerta con una larga regla de madera—. A las 9 de la noche se hornearon galletas en la cocina. A las 9 y media se guardaron en un recipiente que se colocó en la alacena.

Miró fijamente a sus camaradas a la vez que los truenos sonaban fuerte detrás de las cortinas.

—Esta noche las liberaremos.

Juan, el menor del grupo, asintió:

—Si no actuamos ahora, puede que jamás las volvamos a ver.

Juan y Tom miraron a Sara, la tercera componente necesaria para que su plan funcionara.

Sara no contestó enseguida. Si bien había olido el aroma de las mismas galletas, y junto a los otros observó con tristeza cómo las guardaban, no estaba tan segura de este plan.

Ah, no le importaba tanto la parte de comer las galletas. Esa sería la mejor parte, la que hacía que todo valiera la pena. El problema era todo lo demás.

Lentamente, levantó la mano.

—Tengo un problema.

Los otros la miraron socarronamente.

—Yo creo que esas galletas se hicieron con un propósito. Imaginen que mañana lleguen invitados, tal vez empapados por la lluvia. Luego mamá va a buscar las galletas. Pero... nos las comimos. Eso sería...

Se movió nerviosa en su asiento, pero Tom y Juan no parecían conmovidos.

—No podemos hacer esto sin ti, Sara —dijo Tom—. ¿Recuerdas el plan? Yo levanto a Juan hasta el estante más alto, Juan toma el tarro de galletas, tú vigilas. ¡Es el plan 1-2-3, el a-b-c de un equipo de trabajo indestructible! ¡Todo se derrumba sin ti!

Sara suspiró, y finalmente accedió a seguir el plan. Por más que le pareciera que no era un buen plan, sintió que no podía abandonar a sus amigos en su hora de necesidad.

Salieron de la habitación de puntillas como si fueran ratoncitos. La lluvia golpeaba contra las ventanas y el viento aullaba afuera mientras bajaban por la ruidosa escalera. Con cada paso, Sara agonizaba debido a su decisión. Si bien casi podía saborear las dulces y crocantes galletas, y se las imaginaba redondas y doradas y listas para comer, no podía frenar su ansiedad.

Finalmente llegaron a la puerta de la alacena. Parecía una montaña, una barrera firme entre ellos y el botín. Tom abrió la puerta lentamente mientras Sara contenía la respiración, preguntándose si haría ruido.

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—La fase 2 comienza ahora —susurró Tom.

Tom se metió adentro, haciendo señas a Juan para que lo siguiera. Sara se desplazaba lentamente observando los pasillos y las puertas cerradas, pensando que en cualquier momento alguien aparecería. Miró el reloj que marcaba los segundos lentamente. Cada tic parecía sonar más fuerte que el anterior.

De repente, justo cuando los susurros desesperados de Tom le decían que ya casi tenía las galletas, y justo cuando el aroma de las galletas recién horneadas emanaba desde la alacena, Sara decidió lo que tenía que hacer.

Delicadamente golpeteó la puerta de la cocina. Y respirando tan profundamente como podía, la empujó con fuerza.

Con el ruido de la puerta que se cerró con fuerza, los tres salieron corriendo de la cocina. Llegaron arriba y se metieron en sus habitaciones y dentro de sus camas cuando escucharon unas pisadas lejanas. Metidos bajo sus mantas y conteniendo la respiración entrecortada, esperaron.

Unos segundos después, un rayo de luz se veía por debajo de las puertas, y pisadas pausadas en el pasillo, que luego se escuchaban dirigiéndose hacia el corredor de abajo.

Tom y Juan se miraron, y Tom dijo:

—Crisis desviada.

Luego se metieron en la habitación de Sara.

—¿Qué pasó? —preguntó Juan.

—Alguien alertó a las autoridades —dijo Tom solemnemente.

Sara sintió las miradas sobre ella, a pesar de estar cubierta con sus mantas. Espió por entre las mantas.

—Perdón, muchachos.

Hubo silencio por un momento, mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas. Luego dijo, casi en un susurro:

—Tenía que hacerlo. Ya no podía continuar con el plan.

Se sentó.

—Les dije a los dos antes de ir. No era lo correcto y lamento no haber cumplido. La lealtad a mi conciencia es más importante que mi lealtad a esta conspiración y al método 1-2-3.

Los muchachos escucharon y sintieron que en el fondo estaban de acuerdo con las palabras de Sara. Aquella noche del plan se volvió la noche del acuerdo, y una nueva regla se pronunció bajo la suave luz de la luna:

—Nuestra conciencia debe decretar si debemos formar parte de una conspiración.

La mañana siguiente, la mamá llamó a desayunar y anunció que había envuelto las galletas en paquetitos de celofán como regalos para llevarles a sus maestras por el Día del Maestro y, claro, también había colocado unas cuantas en sus viandas para el almuerzo.

Los tres se miraron el uno al otro, y sin decir una palabra, se sintieron aliviados de que las galletas hubieran seguido allí cautivas toda la noche.

Texto: Stephen Schwartz. Ilustraciones: Yoko Matsuoka.
© La Familia Internacional, 2010
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Etiquetas: lealtad, historietas