Rincón de las maravillas
Las aventuras de Daniel y sus amigos, 1ª parte
viernes, diciembre 30, 2022
¡El milagroso cuidado, protección, guía y ayuda de Dios en circunstancias difíciles! Basado en las aventuras reales de los hijos de Dios durante la época del Imperio babilónico, tal como se narra en Daniel 1-3.
Capítulo 1: Prisioneros en Babilonia

Babilonia, 605 a.C.

¡PAM, PAM, PAM!

Daniel se revolvió medio dormido.

¡PAM, PAM, PAM!

Daniel bostezó y abrió soñoliento un ojo.

—¿Quién será el que llama a la puerta a estas horas de la mañana?

¡PAM, PAM, PAM, PAM!

—¡Abran o echaremos la puerta abajo!

De repente, Daniel se despertó del todo con el corazón latiéndole a mil por hora.

—¿Serán babilonios? ¿Qué querrán de nosotros?

Desde arriba podía oír cómo se abrían los cerrojos de la puerta principal. Luego oyó más voces, seguidas por las sonoras pisadas de los soldados, primero en la entrada, después en las escaleras, y deteniéndose a la puerta de su dormitorio.

—Oh, Dios protégenos —fue todo lo que Daniel pudo rezar antes de que un soldado babilonio abriera la puerta de una patada y se asomara.

—Está aquí —gritó el soldado.

Tres soldados más entraron en el cuarto, seguidos por un sargento corpulento que ordenó a Daniel que se levantara.

Viendo que de nada serviría resistirse, Daniel salió de la cama y se puso de pie ante la mirada de los invasores babilonios.

Lo lógico sería que estuviera asustado, pero no lo estoy. Debe de ser que el Dios al que amo me está ayudando, ¿por qué voy a temer?

—Perdone, señor —dijo Daniel a uno de los hombres—, ¿qué quiere de nosotros? No hemos hecho nada malo. ¿Por qué irrumpen en nuestra casa antes del amanecer?

—Porque lo manda el gran rey Nabucodonosor II, rey de Babilonia y de todo el mundo.

—Sólo será soberano mientras se lo permita el Dios de Israel —contestó Daniel con una sonrisa.

Ante esto, uno de los soldados levantó la mano para dar una bofetada a Daniel. Pero el sargento se lo impidió diciendo:

—No. Me gusta este muchacho. Es valiente. Precisamente el tipo de chicos que buscamos. Llévatelo.

—¿Llevárselo? —exclamó la madre de Daniel, que se había metido a empujones en el cuarto.

—¡Por favor! ¡Es poco más que un niño!

—Tengo órdenes. Tienes cinco minutos para prepararlo. Que se ponga buenas sandalias. ¡El camino hasta Babilonia es largo, bastante más de mil kilómetros!

* * *

Hicieron salir a Daniel apresuradamente. Mientras marchaba por las calles de Jerusalén, todavía resonaban en sus oídos las últimas palabras que le había dicho su madre: «Hijo mío, el Señor nuestro Dios siempre estará contigo. Guarda Sus mandamientos y Sus caminos, tal como te hemos enseñado. Ora siempre, hijo mío. Nunca te olvides de orar

Al poco tiempo llegaron a una céntrica plaza en la que estaba reunido el ejército babilónico, listos para emprender la larga marcha de regreso a su país, y llevaron a Daniel con el resto de los cautivos hebreos.

—Cuida bien a éste —dijo el sargento al tiempo que entregaba a Daniel al capitán de los guardias de los prisioneros—. Es hijo de un noble.

De pronto, Daniel oyó voces familiares que le llamaban:

—¡Daniel! ¡Daniel! Estamos aquí.

—¿Ananías… Misael… Azarías? ¡También los han capturado a ustedes!

—Pregunta si podemos hacer el viaje juntos —dijo Ananías.

—¿Podemos ir juntos? —preguntó Daniel al capitán—. Es que los cuatro somos amigos.

—Hmmm… está bien. No veo ningún mal en ello. Pero si se portan mal, les va a caer la vara, ¿me oyen?

* * *

El capitán de los guardias no tuvo motivo para preocuparse. Los muchachos hebreos se comportaron mejor durante el viaje que la mayoría de chicos que hubiera conocido. A pesar de las penalidades de tan larga marcha, se comportaron más como jóvenes responsables, siendo un estímulo positivo para sus compañeros de cautiverio.

—Ojalá nuestros mocosos babilonios se comportaran la mitad de bien de lo que se han portado ustedes —bromeó el capitán una noche que estaban acampados, ya cerca del final del viaje.

—Se comportarían así si adoraran al mismo Dios —dijo Daniel sonriendo.

—Si yo fuera ustedes tendría cuidado de hablar de su Dios —dijo el capitán bajando la voz—. Nosotros también somos un pueblo religioso. En Babilonia adoramos a muchos grandes dioses y el Dios hebreo de ustedes no es uno de ellos. De modo que si quieren verse libres de castigos y seguir con vida, yo me olvidaría de hablar de su Dios. Además, ¿acaso Él ha evitado que nos llevemos los tesoros del templo en Jerusalén? ¿O que nos los llevemos a ustedes cautivos?

Diciendo esto, se alejó caminando en la oscuridad para echar un vistazo a otro grupo de prisioneros.

Por unos momentos, los cuatro muchachos hebreos se sentaron con la mirada fija en la fogata. Luego Misael dijo entre dientes:

—¿Por qué habrá permitido Dios que nos pase esto?

—No lo sé —repuso Daniel—. Pero, ¿saben lo que estoy pensando? ¿Cómo creen que se sintió José cuando se lo llevaron a Egipto como esclavo? ¿Y cómo se sentiría Jocabed cuando su bebé, Moisés, fue apartado de su familia para vivir en el palacio del faraón? Debió de ser una prueba durísima. Tuvieron que tener fe en que Dios no los había abandonado. Pero ahora, cuando nos acordamos de Moisés y de José, ¿qué es lo primero que pensamos? En cómo Dios se valió de ellos. A pesar de que las dificultades fueron grandes, valió la pena, porque Dios hizo muchas obras grandiosas por medio de ellos.

—Es verdad —dijo Misael—. Ahora no nos damos cuenta, pero a lo mejor el Señor nos tiene preparado algo.

—Estoy convencido de eso —dijo Azarías.

—Yo también —añadió Ananías.

—Aunque el camino parece oscuro ahora, Señor —rezó Daniel—, confiamos en que estás aquí a nuestro lado, guiándonos a cada paso del camino. Tú inspiraste al rey David a expresar hace 400 años: «Aunque mi padre y mi madre no pudieran estar conmigo, con todo, el Señor me recogerá»1. Somos Tus hijos, Señor, y sabemos que Tú estarás con nosotros, y que siempre estás listo para ayudarnos en los momentos difíciles2. Protégenos de los babilonios, de las influencias de sus falsas religiones y caminos. Ayúdanos a ser fieles a los Tuyos por mucho que tengamos que sufrir por ello. Ayúdanos a ser luces que resplandezcan en medio de esta tierra extraña y oscura.

A continuación, los cuatro muchachos cantaron juntos el Salmo veintitrés, y algunos de los demás cautivos se les unieron. Luego, consolados, se acurrucaron junto a la llameante fogata y se quedaron dormidos.

* * *

Por fin se veía su destino, ¡Babilonia! En cuanto el joven Daniel vio la gigantesca ciudad se quedó boquiabierto. Sus murallas dobles empequeñecían los campos de los alrededores. Mientras los prisioneros eran conducidos en manada por la puerta principal y entraban en la ciudad propiamente dicha, Daniel se quedó estupefacto al ver el gigantesco tamaño y la magnificencia de los edificios y templos, muchos de los cuales aún estaban en construcción. Las murallas estaban adornadas con ladrillos de otros colores, así como con rostros de dragones, leones y toros. La parte superior de la muralla era tan ancha que dos carros tirados por varios caballos cada uno podían competir a lo largo de ella.

—Como ven —dijo jactándose uno de los guardianes babilonios—, a nuestro gran rey Nabucodonosor no paran de ocurrírsele ideas para construir. Por ejemplo, ese templo dorado tan grande ahí enfrente lo estamos construyendo para Marduk, el dios que construyó originariamente nuestra ciudad. Y allá, al noroeste del palacio real, están los Jardines Colgantes. Al rey le preocupaba que una de sus esposas extranjeras extrañara el paisaje de su país, y por eso se los está construyendo como una pequeña sorpresa. Miles de esclavos están trabajando en su construcción. Como pueden ver, ¡aquí en Babilonia no les faltará trabajo!

Daniel y sus tres amigos miraron con lástima a las enormes cuadrillas de esclavos extranjeros que se afanaban bajo un sol abrasador. Al igual que ellos, esos hombres habían sido capturados por los babilonios en sus conquistas y llevados allí para trabajar en la construcción de la mayor ciudad jamás edificada por el hombre.

Después de adentrarse un par de kilómetros en la ciudad, llegaron al centro de detención donde los cautivos habían de esperar a que los dividieran en grupos y los mandaran a sus puestos de trabajo.

—¿Qué crees que harán con nosotros? —inquirió Azarías, preguntándose si sería lo bastante fuerte para cargar pesadas piedras hasta lo alto de los Jardines Colgantes.

—No lo sé —repuso Daniel—, pero sí sé que Dios está con nosotros y que tenemos…

—¡Oigan! Ustedes cuatro, síganme —el capitán de la guardia ordenó de repente.

—¿Adónde nos lleva? —Daniel preguntó.

—Ya lo verán.

Parecía que se dirigían a la obra de los Jardines Colgantes, pero vieron sorprendidos que los llevaban hacia la hermosa avenida llena de arcos que conducía directamente al palacio real.

—Parece que vuestro Dios está efectivamente con vosotros a pesar de todo —dijo el capitán con una sonrisa mientras los dejaba en la puerta principal.

Los guardias de palacio escoltaron a los chicos hasta uno de los edificios anexos y los trajeron ante un funcionario babilonio muy bien vestido.

—Saludos —dijo el funcionario con voz aguda—. Soy Aspenaz, jefe de los eunucos del rey. El rey Nabucodonosor ha decretado que a todo cautivo de los hijos de Israel que sea de origen noble se le considere para recibir formación para alcanzar puestos en la corte del rey. De todos modos sólo los más ingeniosos y los más fuertes son capaces de superar nuestras pruebas. Tengan la bondad de sentarse a estas mesas. Los exámenes darán comienzo en seguida.

Daniel, Ananías, Misael y Azarías se sentaron y les entregaron unos pergaminos y útiles para escribir. Se preguntaron qué tipo de preguntas serían y cuáles serían las consecuencias si no aprobaban.

—Amigos —les dijo Daniel—, tendremos que hacerlo lo mejor que podamos, y Dios tendrá que hacer lo demás.

Las duras pruebas se prolongaron durante varios días. No sólo examinaron sus conocimientos académicos, sino su salud física y mental también se examinó. Unas preguntas eran fáciles y otras difíciles. Sin embargo, cuando pedían a Dios que dieran las soluciones correctas, sentían Su sabiduría guiándolos.

Cuando terminaron los exámenes, esperaron nerviosos a que Aspenaz anunciara el resultado.

—Muchachos, tengo que reconocer que quienes los han formado han realizado una labor magnífica. ¡Todos han sacado unas calificaciones excelentes!

—¡Alabado sea Dios! —exclamaron Daniel y sus compañeros.

—Sin embargo —continuó Aspenaz—, estas pruebas no son sino el comienzo. Ahora les daremos tres años de instrucción especial. Durante ese tiempo aprenderán la lengua y literatura de Babilonia mientras son enseñados por nuestros sabios. Y por supuesto, se les enseñará también nuestra religión. Después, el rey en persona escogerá a los que le parezcan más aptos para estar en su corte.

Entonces Aspenaz les mostró el cómodo dormitorio que compartirían con algunos muchachos babilonios que también habían sido escogidos para aquel programa de formación. Les presentó también a Melsar, funcionario de la corte que estaría directamente encargado del cuidado de ellos.

—Ah, se me olvidaba —anunció Aspenaz antes de marcharse—, para que se sientan más como en su casa, les he puesto a cada uno un nombre babilónico. Ananías, tú te llamarás Sadrac; Misael se llamará Mesac; Azarías será Abed-nego; y tú, Daniel, te llamarás Beltsasar.

* * *
A partir de ahora, en este relato, llamaremos a los cuatro muchachos por los nombres que nos son más familiares: Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego. Sin embargo, cuando los babilonios se dirijan a Daniel lo llamarán Beltsasar.

Aquella noche, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego se reunieron en un rincón del dormitorio y cantaron salmos y, a pesar de que unos chicos babilonios se burlaban de ellos, dieron gracias a Dios por estar obrando ya a favor de ellos.

Antes de dormir, Daniel se arrodilló a rezar ante la ventana abierta. La luna resplandecía serena sobre la silueta de extraños templos paganos. La misma luna que tanto le gustaba contemplar cuando se arrodillaba ante la ventana de su cuarto en Jerusalén.

Pensó en sus padres, y en lo mucho que los extrañaba. Oró para que no se preocuparan demasiado por él y para que el Señor le ayudara a él a no pensar demasiado en ellos, sino a confiar que Dios los consolaría de la pena de que le hubieran quitado a su hijo.

Ojalá supieran las cosas estupendas que está haciendo Dios por nosotros, pensó.

Con cuánta frecuencia había recordado las últimas palabras que le dijo su madre cuando se despidieron: «Hijo mío, ¡el Señor nuestro Dios siempre estará contigo!» Qué gran verdad era. A pesar de estar tan lejos de su hogar, en una tierra extraña y pagana, sentía al Señor tan cerca de él como siempre.

—Oh Dios —rezó Daniel—, gracias por ayudarnos hasta ahora. Ayúdanos a superar las pruebas que nos esperan y a no dejar de serte fieles.

Capítulo 2: La prueba de la comida

Cuando Daniel y sus tres amigos entraron en el comedor a la mañana siguiente, delante de ellos había un espléndido surtido de costosos alimentos y dulces exquisitos. Ellos nunca habían visto tanta comida junta en una misma mesa y se trataba simplemente del desayuno.

—Coman hasta hartarse —dijo Melsar señalando hacia la mesa—. Es un obsequio del propio rey. Ha ordenado que a partir de ahora todos ustedes coman lo mismo que él.

El resto de los muchachos que formaban parte del programa de formación corrieron a sus lugares y se pusieron a hincar el diente a la comida. Al principio estaban tan distraídos comiendo que no se dieron cuenta de que los cuatro chicos hebreos estaban sentados en sus lugares con la cabeza inclinada.

—¿Qué les parece esto? —preguntó Daniel a sus compañeros cuando terminaron de orar pidiendo al Señor que les indicara qué podían hacer en esa situación.

—La verdad es que tengo hambre y la comida parece tentadora —dijo Mesac—. Pero si comemos esos alimentos babilónicos faltaremos a los mandamientos que nos dio Dios a través de Moisés.

—Estoy de acuerdo —dijo Sadrac—. Si comemos lo mismo que los babilonios y hacemos lo mismo que ellos, no tardaremos en ser babilonios nosotros mismos. Nos hemos comprometido a vivir según las leyes de nuestro Dios, así que hagámoslo, obedezcámoslas cueste lo que cueste.

—Sí —dijo Abed-nego—. Si somos fieles a Dios, Él desde luego nos será fiel a nosotros.

En ese momento, al ver que los chicos no estaban comiendo, Melsar se acercó a preguntar.

—¿Hay algún problema? ¿No tienen hambre? Coman antes de que se acaben los mejores manjares. Toma, ¿por qué no prueban estas ostras cocidas en sangre de puerco? ¡Deliciosas! Fueron santificadas esta misma mañana por nuestro gran dios Marduk y…

—Perdone, señor —dijo Daniel—, ¿podríamos hablar un momento en privado?

Melsar accedió, y Daniel, Sadrac y Melsar caminaron hasta el otro extremo del comedor.

—¿Cómo? —preguntó Melsar cuando Daniel le hubo explicado la razón de su petición—. A nadie se le ha ocurrido jamás hacer una cosa así. Ven conmigo, Daniel. Vamos a ver a Aspenaz.

* * *

Daniel le caía bastante bien a Aspenaz. Por años había supervisado la formación de muchos jóvenes, pero ninguno de ellos se había portado tan bien como Daniel y sus tres amigos hebreos.

Al cabo de una temporada de reeducación serán unos babilonios excelentes, había estado reflexionando cuando entraron Melsar y Daniel.

—Ah, Beltsasar —dijo Aspenaz—, precisamente estaba pensando en ti. Dime, ¿estás contento con los estudios que vas a hacer? ¿Tú y tus amigos tienen todo lo que necesitan?

—Sin duda alguna, señor —contestó Daniel—. Gracias por lo amable que ha sido con nosotros. Nos han dado lo mejor de todo y ahora hasta la misma comida que come el rey. Sin embargo, nuestras leyes hebreas nos prohíben comer esos alimentos. Por eso… esperamos que no se ofenda si le pedimos que nos sirva comida corriente y agua.

Aspenaz meditó en silencio. No podía menos que admirar la convicción del joven hebreo. Si la religión de Daniel tenía algo que ver con el hecho de que fuera una persona tan especial, algo de bueno debía de tener, aunque algunas de sus reglas parecieran extrañas a los ojos de un babilonio.

—Beltsasar —dijo Aspenaz después de unos minutos—, si pudiera, gustosamente te concedería lo que me pides. Pero, ¿qué pasará cuando el rey Nabucodonosor vea que ustedes cuatro no están tan sanos y fuertes como el resto de los alumnos, y descubra que he desobedecido su orden real? Me costaría la cabeza y no te gustaría que pasara eso, ¿verdad? Así que, seguro que a tu Dios no le importará que cedas un poco. Haz el favor de volver y procura comer por unos días la comida del rey. Quizás dentro de poco llegará a gustarte.

Daniel regresó al comedor con Melsar y se sentó junto a Sadrac, Mesac y Abed-nego, que seguían sentados delante de sus platos vacíos. Algunos muchachos se burlaban de ellos: «¿Qué tiene la comida del rey? ¿No les gusta? ¿Qué clase de dios tienen, que no les deja comer lo que come un rey?»

Aquellos jóvenes babilonios sabían que competían con Daniel y con sus amigos por un puesto en la corte real. Sentían ya envidia de ellos y aprovechaban todas las oportunidades para menospreciarlos. Sin embargo, Daniel y sus amigos compadecían a los chicos babilonios y rezaban por ellos. Sabían que la forma en que los habían criado en Jerusalén, según las leyes de Dios, era mejor que la adoración a los ídolos con que se habían criado aquellos chicos babilonios.

Entonces se le ocurrió una idea genial a Daniel, que resolvería el problema de su alimentación y al mismo tiempo daría testimonio a aquellos jóvenes paganos del poder del único Dios verdadero.

Se hizo silencio en la sala cuando Daniel se puso de pie.

—Melsar, propongo una prueba. Mis amigos y yo comeremos nada más que cereales, legumbres y agua por diez días. Al final de ese tiempo, tú mismo puedes juzgar quiénes se ven más saludables, nosotros o estos otros chicos. Si nosotros parecemos más saludables, déjanos comer nuestra propia comida. Y si ellos están más saludables que nosotros, entonces comeremos la de ustedes.

Melsar accedió, contento de haber hallado una solución al problema.

—Entonces, que comience la prueba —anunció.

* * *

A partir del primer día de los diez de la prueba, Melsar observó con mucha atención a los cuatro muchachos hebreos en busca de alguna señal de que se debilitaba su salud.

Nadie aguantaría un plan tan riguroso de estudios y ejercicio alimentándose sólo de cereales, legumbres y agua —pensó—. Esos pobres muchachos y hasta su Dios van a quedar en ridículo.

Sin embargo observó asombrado que, en vez de debilitarse, los cuatro jóvenes parecían más fuertes cada día. Y no sólo lo parecían, sino que efectivamente lo estaban. Corrían más, saltaban más alto, lanzaban objetos a mayor distancia y después de practicar esos deportes todavía tenían mucha energía, mientras que los otros jadeaban agotados. Todavía estaban despiertos y lúcidos en las clases nocturnas, mientras que a los otros les costaba mantenerse despiertos.

No sólo eso: algunos de los chicos babilonios empezaron a manifestar que estaban enfermos, con dolores de barriga y otras dolencias. Algunos comenzaron a estar rechonchos y pálidos, y otros empezaron a quejarse de dolores de muelas.

Cuando acabaron los diez días, no había ninguna duda de quiénes eran los ganadores. ¡Era fácil ver que eran los cuatro muchachos hebreos de ojos radiantes, alegres sonrisas y mejillas sonrosadas!

* * *

La gran ciudad de Babilonia tenía todo lo que podía ofrecer el mundo. Todos los vicios y placeres mundanos se daban allí. Los cuatro muchachos consideraban tales desafíos como una oportunidad de dar la cara por sus convicciones y ser leales a su Dios. Con frecuencia, en momentos de tentación, recordaban los versículos que habían aprendido. Uno de sus preferidos era: «Lámpara es a mis pies Tu Palabra, y lumbrera a mi camino»3.

Los versículos que recordaban, los escribían en pergaminos y los leían juntos tan a menudo como les era posible. También oraban juntos tres veces al día. Y a medida que eran fieles obedeciendo la guía que Dios les daba, Él no dejaba de sostenerlos y proteger sus corazones y espíritus de las influencias negativas. Dios les guiaba hablándoles directamente por medio de sueños y visiones que Daniel explicaba porque tenía un don para interpretarlos.

Los tres años de prueba y preparación pasaron, y Aspenaz anunció que debían vestirse con sus mejores túnicas. Había llegado la hora de presentarse ante el rey.

Naturalmente, todos estaban nerviosos mientras esperaban que los llamaran al gran salón del trono. Sadrac hasta sentía que tenía la mente en blanco.

—Me da la impresión de que no me acuerdo de nada de lo que he aprendido —dijo.

—No tengamos temor —dijo Daniel—. Si el plan de Dios para nosotros es que estemos en la corte y podamos influir en el rey mostrándole los caminos del Dios verdadero, el propio Dios nos dará sabiduría y ánimo, como lo ha hecho estos últimos años. Estoy seguro de que nuestros padres han continuado orando por nosotros, como nosotros hemos orado por ellos.

* * *

—¡Beltsasar! ¡Sadrac! ¡Mesac! ¡Abed-nego! —anunció el heraldo del rey—. El rey Nabucodonosor, soberano de Babilonia y del mundo entero, os llama este día a presentaros ante él.

Con una oración en voz baja, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego entraron en el gran salón del trono. Los muchachos nunca habían visto un salón tan inmenso ni tan lujosamente decorado. Columnas colosales de mármol blanco sustentaban un gigantesco techo dorado cubierto de un intrincado artesonado de marfil y plata.

Las paredes estaban cubiertas por magníficos tapices que representaban hazañas de anteriores reyes babilonios y sus victorias militares. Al otro extremo del salón, cubierto de piedras preciosas y joyas, se hallaba el trono del rey. Elevado sobre un estrado de oro, a sus lados se encontraban ídolos de marfil que representaban a los dioses babilónicos. Parecían mirar a los cuatro muchachos hebreos como diciendo: «Este reino es nuestro. ¿Cómo se atreven a entrometerse?»

Por aquí y por allá, murmurando entre sí, había grupos de magos, videntes, astrólogos y sacerdotes con vestiduras coloridas. Eran los «sabios» del rey, que le servían como consejeros o realizando encantamientos.

Mientras Aspenaz conducía a los cuatro muchachos israelitas sobre la larga alfombra de terciopelo rojo en dirección al trono real, cesaron todos los murmullos y los sabios clavaron curiosos la mirada en los jóvenes hebreos.

—¡FUERA! —vociferó de pronto Nabucodonosor a sus sabios—. Quiero hablar a solas con estos jóvenes.

Los sabios se escabulleron de la sala, sabiendo lo imprevisible y peligroso que podía ser el genio del rey.

—¡Menudos sabios! Todo rey necesita buenos consejeros, pero a mí me ha tocado la maldita suerte de tener que aguantar a una pandilla de chiflados y aduladores que no paran de recitar proverbios sin sentido y hacer trucos baratos. Aspenaz, he estado contando con tu programa de formación para renovar mi grupo de consejeros.

—Confío en que vuestra majestad no se llevará una decepción. Estos cuatro muchachos hebreos son los últimos que os quedan por entrevistar.

—Está bien, que se acerquen.

Normalmente la experiencia temible de encontrarse en presencia del rey de Babilonia iba acompañada de muchas reverencias y temblores. Sin embargo, mientras Aspenaz observaba cómo el rey conversaba con los cuatro muchachos, se quedó impresionado al ver la naturalidad que demostraban. En vez de dar muestras de sentir temor del rey, manifestaban una actitud extrovertida con él, así como interés por él y comprensión, conscientes de su tremenda responsabilidad.

Mientras los cuatro muchachos contestaban las preguntas que les hacía el rey, Aspenaz oía de vez en cuando al rey exclamar: «¿De veras? ¡No sabía eso!», o «¿Cómo es que nadie más me lo ha dicho hasta ahora?», o «¡Rayos y centellas! Tienen razón

Después de una hora o cosa así de animada y profunda conversación, el rey estaba listo para tomar su decisión.

—He escogido a estos cuatro —Beltsasar, Sadrac, Mesac y Abed-nego— para que me sirvan como consejeros. Aspenaz, mereces elogios por tu excelente programa de formación.

—No hay ninguno como ellos, majestad.

Entonces hicieron entrar de nuevo a los sabios del rey, y éste anunció que a partir de ese momento los cuatro jóvenes servirían con ellos.

—Pero, majestad —protestó en vano el jefe de los magos—, la sabiduría viene con la edad. Estos son apenas unos mozalbetes.

—Me tiene sin cuidado su edad —exclamó el rey—. En todo asunto de sabiduría e inteligencia los he hallado diez veces superiores a todos USTEDES.

(Continuará.)


Notas a pie de página:

1 Salmo 27:10, parafraseado

2 Ver Salmo 46:1

3 Salmo 119:105

Adaptación de los escritos de LFI. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: relatos de la biblia para niños, valor, vidas admirables, protección y cuidados de dios