Rincón de las maravillas
Secuestro en Greendale
viernes, octubre 28, 2022

Aventura de la patrulla de los 5

—¡Pensé que en este viaje ustedes iban a cazar su propia comida! —le dijo Karen a Kento y Ziggy.

—Bueno, aún no hemos tenido tiempo para salir a pescar —le respondió Kento.

—Hum, hum —masculló Ziggy con la boca llena de comida.

La patrulla de los cinco se reúne alrededor de una pequeña fogata rodeada de piedras. Comían unos sándwiches que Karen había preparado mientras los chicos armaban las tiendas de campaña. Era la tarde del primer día de primavera, y Chris, Susan, Kento, Ziggy y Karen acompañados de Guillermo, el tío de Ziggy que era guardabosques, estaban acampados bajo un grupo de árboles en medio del bosque de pinos de Ridge, que se encuentra a una hora en auto de Sheldon, su ciudad natal.

Kento sintonizó el noticiario local en la radio de su Smartphone y se agachó para tomar otro sándwich.

—¡Shhh!... escuchen —dijo.

«...la policía de Greendale continúa buscando pistas sobre el secuestro de Farell. Ya han pasado dos días desde que se informara de la desaparición de Jaime Farell...»

—¿Jaime?… ¿Jaime Farell? —dijo Karen con un grito ahogado.

—¿Quién es Ja...? —iba a preguntar Chris, pero Karen rápidamente se llevó un dedo a los labios y prestó atención a la radio nuevamente.

«...Hasta el momento la única muestra o exigencia que ha recibido la familia Farell de los secuestradores ha sido una foto instantánea de su hijo tomado como rehén. La familia Farell es propietaria de varios negocios, entre ellos las Joyerías Farell. Es de imaginarse que pedirán un rescate astronómico. Por otro lado, hoy...»

Cuando las noticias tocaron otros temas de menor interés para los integrantes de la patrulla, todos se dieron la vuelta para mirar a Karen.

—¿Quién es Jaime Farell? —preguntó Chris de nuevo.

—Estudiábamos en el mismo colegio en Greendale. Uno de esos típicos niños ricos que piensan que el universo gira en torno a ellos. No creo que tuviera verdaderos amigos. Supongo que no es para sorprenderse, porque es muy altanero y tiene una actitud de superioridad hacia los demás. Dudo que haya muchos chicos que lamenten lo que le ha sucedido.

—Eso no suena muy bien —repuso Susan.

—Bueno, lo siento —respondió Karen—, sus padres son tan ricos que no les supondrá problema alguno pagar el rescate por alto que sea. No tienen nada de qué preocuparse.

—Seguro que él estará bastante preocupado —dijo Chris—, deberíamos orar por él.

—Cla... claro...

—Sí —afirmó Susan y cerró los ojos—. Te rogamos, Jesús, que cuides a Jaime. Haz que los secuestradores den a conocer pronto sus demandas y dale a la familia Farell una señal de que Jaime regresará con ellos sano y salvo.

—Amén —dijeron todos al unísono.

*

A la mañana siguiente, mientras los demás aún dormían, Kento y Ziggy salieron en busca de aventuras. Ambos llevaban puestas unas mochilas prácticamente vacías y en la cintura un par de morrales llenos.

—¿En verdad crees que vamos a atrapar algo? —preguntó Ziggy a Kento?

—Claro que sí. Ya va a ver Karen. Dejará de hacernos bromas por comernos sus sándwiches. Nos va a rogar que le demos a probar el pescado fresco que vamos a asar en la parrilla para la cena.

—Bueno... siempre y cuando no nos tome demasiado tiempo. ¡Ya estoy que me muero de hambre!

—¡Ven Frisky! —llamó Kento—. ¡Nos vamos de caza! ¿Quieres venir con nosotros?

Frisky ladró enseguida y se internó raudamente en el bosque delante de los chicos.

Pasaron más de una hora deambulando por el bosque, revisando sus libros y registros para identificar las nueces y moras comestibles, y sobre todo fijándose bien en las descritas como venenosas. Poco a poco llegaron al río que corría por el corazón del bosque. Allí los chicos se pusieron a hacer de inmediato varias trampas para peces con pedazos de cuerdas que llevaban en las bolsas y ramitas que habían juntado. Las iban a poner a la orilla del río, con la esperanza de pescar algunos antes de que terminara el día.

De repente, Frisky ladró y corrió frenéticamente por unos matorrales. Suponiendo que había percibido el olor de algún animal, los chicos corrieron tras él. Por fin, jadeantes, encontraron a Frisky ladrando y escarbando desesperadamente en un pequeño hueco en el suelo.

—¡Frisky, detente! —le gritó Ziggy—. ¡Ese animal nunca va a salir de ahí si le sigues ladrando!

Frisky retrocedió y caminó hacia Ziggy gimiendo desalentado.

—Ziggy, mira esto —dijo de pronto Kento. Estaba agachado inspeccionando un trozo de papel—. Parece que es un trozo de una carta, aunque hay tan pocas palabras que es difícil saber lo que dice. Solo se lee: «Ojalá yo», «solo quisiera», «parece que nadie» y lo demás no lo entiendo.

—Sea lo que sea, suena triste —comentó Ziggy mientras se guardaba en el bolsillo el trozo de papel.

A poca distancia del camino Ziggy vio otro pedazo de papel.

—Fíjate, hay más en esa dirección —le dijo Kento señalando un sendero a un costado—. Algunas personas tiran su basura en cualquier parte. Le quita a uno la sensación de aventura. ¡Qué vergüenza!

—Bueno, recojamos estos restos y volvamos al campamento.

Sin embargo, con cada nuevo pedazo de papel que encontraban volvían a ver otro en el camino.

—Parece una caza del tesoro —dijo Ziggy.

—Más como una caza de basura —dijo Kento haciendo una mueca.

—¿Crees que haya algo al final? —preguntó Ziggy.

—No lo sé —respondió Kento encogiéndose de hombros—, pero hay una manera de averiguarlo.

Para cuando llegaron al final del reguero de papel el morral de Ziggy estaba lleno de esos pedazos y los chicos se encontraron en un pequeño claro. Allí había una vieja cabaña de leñadores, desvencijada y deshabitada.

—Creo que encontramos el tesoro —dijo Kento, un poco desilusionado.

—Tal vez ahora que tenemos todos estos trozos de papel podemos juntarlos y averiguar qué dice —dijo Ziggy.

—Seguro que no dice nada importante... —dijo Kento.

—Mi tío tiene cinta adhesiva en el campamento —dijo Ziggy—. ¡Vamos a ver!

*

—Parece que fue escrito hace unos días —dijo Ziggy mirando las dos hojas que había armado con los trozos de papel—. Parece algún tipo de diario o algo así escrito en tinta plateada.

—¿Aparece algún nombre? —preguntó Chris.

—No. No está terminado.

—Tal vez haya otros campamentos en el bosque, aunque el guarda nos dijo que no había nadie más —dijo Susan.

—¿Tinta plateada? —preguntó Karen acercándose a Ziggy.

—Sí. ¿Por qué? —preguntó Ziggy.

—No, por nada —contestó Karen—, aunque sería una coincidencia increíble.

—¿Qué cosa? —preguntaron al unísono Kento y Susan.

—Bueno, es que Jaime Farell siempre escribía en clase con un bolígrafo de tinta plateada.

—¿El chico al que secuestraron? —susurró Ziggy—. ¿Crees que lo haya escrito él?

—Lo dudo, estamos lejos de Greendale. ¿Qué dice?

Ziggy le pasó la hoja de papel a Karen, que le echó un vistazo y se detuvo para leer en voz alta.

«Cómo quisiera tener un amigo, alguien que no sea como los demás que solo se acercan a mí por el dinero. Hay momentos en que a nadie parece importarle quién soy en realidad o lo que siento por dentro. Si así fuera, tal vez no me envidiarían tanto.»

—Pobre chico —dijo Chris—. A lo mejor se trata de Jaime Farell.

—Podría ser cualquier persona. En Sheldon hay por lo menos cinco colegios que yo sepa, y en ellos hay un montón de niños ricos —contestó Karen despectivamente.

—Y todos escriben con bolígrafos de tinta plateada —añadió Kento soltando una risita.

—No creo que ese chico sea Jaime. A él le encanta que los demás le tengan envidia. Hasta de su bolígrafo plateado, siempre lo estaba luciendo y alardeando de que está hecho de plata auténtica. Nunca se lo prestaba a nadie, ni siquiera dejaba que lo tocaran.

—Bueno, quien sea que escribió esto necesita un amigo —dijo Susan.

—Y ayuda —dijo Chris—. Tal vez debamos regresar a la cabaña del leñador y ver si podemos hallar alguna pista que nos lleve a averiguar quién escribió esto.

Todos estuvieron de acuerdo y tras informar al tío Guillermo, el guardabosques, de sus intenciones, se reunieron para orar. Desde el incidente que tuvieron con Skeets Manchester en la Casa de las monedas, habían sido muy cuidadosos de no iniciar ninguna nueva aventura potencialmente peligrosa sin orar primero para que el Señor los acompañara.

*

—Por aquí fue donde encontramos los pedazos de papel esparcidos por el suelo —informó Kento deteniéndose a un lado del camino principal y señalando un pequeño sendero que conducía bosque adentro.

—Casi ni parece un sendero, pero está claro que algunas veces la gente ha pasado por aquí —comentó Chris.

Al poco rato, el grupo llegó hasta la vieja y desvencijada cabaña. El porche de la entrada daba la impresión de estar a punto de colapsar y Chris lo cruzó con cautela en dirección a la puerta. Si bien las bisagras parecían sueltas, la puerta aún estaba cerrada y si trataba de forzarla lo más probable es que terminara rompiéndola, y como no sabían quién era el propietario, decidieron no hacerlo. Por lo que podían observar a través de las ventanas rotas y polvorientas, la cabaña se veía desocupada, salvo por unos cuantos muebles y algunos armarios vacíos.

—¿De modo que aquí termina la pista del papel? —preguntó Karen—. Entonces alguien ha estado aquí recientemente.

—¡Dios mío! —gritó Susan mientras recogía del suelo un bolígrafo plateado que a un lado llevaba un nombre grabado.

—No lo puedo creer —exclamó Karen —dice «Jaime Farell».

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Kento.

—Lo que haremos es irnos de aquí —respondió Susan—, si esos secuestradores tienen algo que ver con este lugar no me gustaría que nos encontraran aquí.

—Deberíamos contarle al tío Guillermo lo que encontramos —sugirió Kento.

—Y a la policía —añadió Susan y guardó el bolígrafo en su bolsillo—. Cuanto antes volvamos al campamento, más tranquila estaré.

*

—Sí. Necesitamos avisar cuanto antes a la policía —dijo el guardabosques después de que los chicos lo pusieran al tanto de la situación—. Para que nuestro informe resulte convincente deberé presentarles yo mismo la evidencia. Iré en el auto hasta Sheldon, lo que me tomará más de una hora, así que todos deberían acompañarme.

A pesar de las objeciones del tío Guillermo, Ziggy insistió en quedarse, lo que provocó que Chris, Susan y Karen hicieran lo mismo.

—Estaremos bien —dijo Ziggy—, tal vez los secuestradores regresen y veremos qué se proponen.

—Sí, y también podrían secuestrarte —dijo Karen.

—No me acercaré tanto —protestó Ziggy—. Con mis binoculares puedo vigilar el lugar desde una distancia prudente, como por ejemplo desde arriba de un árbol donde no se les ocurriría mirar.

—Entonces, te acompaño —dijo Karen.

Susan se veía un poco nerviosa cuando dijo:

—No me parece que sea una buena idea.

—No te preocupes. Tendremos cuidado —aseguró Ziggy.

—Claro, Ziggy sabe cómo sobrevivir en el bosque, ¿no es cierto, Ziggy? —señaló Karen—. Estaremos bien.

—Ah... está bien —dijo Susan sin mucha convicción.

—¡Tengan cuidado! —les pidió Chris mientras los otros dos se adentraban en el bosque que rodeaba el campamento.

—Lo tendremos —respondieron.

*

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Ziggy cuando un rato más tarde Chris y Susan lo encontraron y Karen se subió a un árbol para espiar la cabaña.

—Pensamos que era mejor que no estuvieran solos —contestó Susan.

—Hum... —dijo Ziggy—, ¿y qué intentas hacer ahora?

—¿Crees que no me puedo subir a un árbol igual que tú? —replicó Susan mientras trepaba por el tronco—. Déjame echar un vistazo.

Ziggy exhaló un suspiro y le pasó los binoculares.

—¿Sabes? —susurró Susan mientras ajustaba el lente de los binoculares para ver mejor—, vi que algo se movía por debajo de la casa. Hay algo... o alguien... allí, en el sótano.

—¿Tiene un sótano? —preguntó Chris sorprendido—, qué raro que no nos dimos cuenta antes.

—Toma, sube y echa un vistazo, mira esa rejilla en la pared de piedra que hay a un lado de la casa.

—Tienes razón —asintió Chris, bajando la voz—, también vi algo que se movía. ¡Vamos a tener que mirar más de cerca!

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco? —exclamó Susan.

—Baja la voz —dijo Chris.

—Bueno. ¿Y si son los secuestradores? —susurró Susan.

—¿Y si es Jaime que está allí solo, encerrado, y esta es nuestra única oportunidad de rescatarlo? —dijo Karen.

—No estoy diciendo que ahora mismo vayamos a romper la puerta. Solo quiero acercarme con cuidado para ver mejor —contestó Chris mientras descendía del árbol.

Karen y Ziggy lo siguieron, y los cuatro se acercaron a través de unos arbustos hacia un costado de la casa donde habían divisado la rejilla.

—Soy lo bastante bajito como para acercarme más sin que me vean —dijo Ziggy, y se fue arrastrando bajo los arbustos hasta llegar al lado de la rejilla.

—Alguien está atado a una silla y parece estar solo —dijo Ziggy con un grito ahogado.

—La entrada al sótano debe estar por dentro —dijo Chris—. Corrió hacia la entrada de la casa, y después de darle un par de fuertes empujones a la puerta, se soltó el candado y la puerta colapsó.

—Será un milagro que nadie nos haya escuchado —exclamó Karen poniendo mala cara.

Una vez dentro, encontraron una abertura debajo de la mesa y descendieron por la escalera hacia el oscuro cuarto.

Cuando entraron, el chico que se encontraba en mitad del cuarto giró la cabeza para mirarlos. Tenía la boca cubierta con cinta adhesiva.

—¿Jaime? ¿Jaime Farell? —preguntó Chris mientras se acariciaba el hombro que se había lastimado dando empujones a la puerta.

El chico asintió con la cabeza.

—Soy Chris.

—Y yo soy, Karen, Karen Dale. ¿Te acuerdas de mí?

El chico asintió de nuevo con la cabeza.

—Y yo Ziggy.

—Somos amigos... soy Susan.

—Basta de presentaciones —dijo Karen y se acercó a él—, hemos venido a rescatarte.

—¡Ay! —gritó Jaime cuando Karen le quitó la gruesa cinta adhesiva de la boca. Mientras tanto, Chris estaba cortando las cuerdas que le ataban a la silla.

Apenas Jaime tuvo las manos libres se restregó la boca, la sentía adolorida.

—¿Saben dónde estamos? —les preguntó.

—Estamos en el bosque de pinos de Ridge, en las afueras de Sheldon —le contestó Karen—. Acampábamos por aquí cerca.

—¿Cómo me encontraron?

—Siguiendo un sendero de trozos de papel —exclamó con orgullo Ziggy.

—Me preguntaba si eso daría resultado, pues la gente podría pensar que solo era basura —dijo Jaime riéndose.

—Bueno, nunca imaginamos que tendría algo que ver contigo.

—Pero yo me encontré tu bolígrafo afuera, en el suelo —añadió Susan.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —preguntó Karen malhumorada.

—Eso —dijo Jaime.

—Mi tío Guillermo, el guardabosques, fue con uno de nuestros amigos en busca de la policía —explicó Ziggy—, deberían estar de regreso en un par de horas más o menos.

—¡Dos horas! —exclamó de pronto Jaime.

—Sheldon está lejos de aquí —contestó Chris.

—Lo que sí es cierto es que tus captores escogieron un lugar muy remoto. ¡Apuesto a que no contaban que habría unos amigables campistas cerca! —dijo Susan.

—Hablando de campamentos, será mejor que nos acompañes al nuestro. En cualquier momento tus secuestradores podrían... —dijo Karen.

Los cinco chicos enmudecieron al escuchar el ruido de un vehículo que se acercaba, y quedaron petrificados al oír que se abrían y cerraban las puertas del auto y unos pasos que se aproximaban a la cabaña.

—No parece que sea la policía —fue todo lo que alcanzó a decir Susan antes de que apareciera una sombra encima de la entrada al sótano. Seguidamente un hombre entró al cuarto.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo en tono burlón. Una segunda persona descendió por la escalera después de él. Era una mujer.

—Vilma, parece que Jaime ha hecho amistades.

—Tremendo, más rehenes, justo lo que nos hacía falta —susurró la mujer, y de inmediato sacó un revólver de la parte de atrás de sus jeans—. Bien, nos vamos de paseo. Ya veremos qué hacemos después de que nos alejemos de este lugar.

*

El tío Guillermo, Kento y Frisky bajaron de la camioneta y quedaron sorprendidos al no encontrar a nadie en el campamento. Al momento llegó un auto de la policía y de él descendieron el teniente Gibbs y el oficial Hooper.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Hooper.

—No lo sé —respondió Kento encogiéndose de hombros y removiendo el pelo de la cabeza de Frisky. El perro soltó un pequeño gemido.

—Todo lo que sabemos es que se fueron a buscar a Ziggy. Quizás han...

—...decidido resolver otro caso por su cuenta —dijo con ironía otro policía.

—De todos modos, será mejor que nos pongamos en marcha —dijo el oficial Hooper.

Kento, Frisky y el tío Guillermo se subieron al auto patrulla.

—Indíquennos por dónde ir.

La puerta de la cabaña estaba arrancada y rota. Varias huellas cubiertas de fango mostraban que un vehículo había partido apresuradamente.

El oficial Hooper hizo una rápida inspección alrededor de la cabaña mientras Kento y Guillermo siguieron al teniente Gibbs hasta dentro de la vivienda donde enseguida descubrieron la abertura que conducía al sótano vacío.

—Quienquiera que haya estado aquí, se ha ido —dijo el teniente Gibbs mientras inspeccionaba la habitación donde solo había una mesa con restos de comida y un colchón raído. Algo que le llamó la atención fueron varias jeringas que había por el suelo. Se colocó un guante de látex y recogió una.

—Contienen algún tipo de droga —anunció—, probablemente han tenido sedada a la persona que tenían cautiva. Vamos a llevar esto al laboratorio para que lo analicen.

—Agente Hooper, ¿me presta su linterna? —preguntó Kento—, creo que he encontrado algo.

—Claro. ¿Qué es?

—Aquí en el polvo hay algo dibujado deprisa. Es una línea de puntos y rayas... ¿parece un código?

—¡Ziggy! —exclamó el tío Guillermo—, a comienzos de año, le enseñé el código Morse.

—Quizás nos dejó una pista —dijo Hooper—. ¿Puede leerlo?

—Sí. Parecen letras y números al azar. No hay un mensaje. 205 KXZ.

—A mí me suena a la matrícula de un auto. ¡Vamos! —ordenó Gibbs.

Ya en el coche patrulla, Gibbs empezó a hablar por radio.

—Estación código 12. Hemos hallado el escondite de los secuestradores de Greendale. Han huido de la zona, probablemente en un vehículo. Necesitamos que controlen las carreteras en un radio de 50 kilómetros del bosque de pinos de Ridge. Revisen matrícula de auto número 205 KXZ, repito 205 Kilo, Xilófono, Zurich. Tengan cuidado, es posible que tengan a cinco niños de rehenes. Recomendamos procedimiento de acción 4-12.

Comprendido —dijo una voz al otro lado de la línea, confirmando que había recibido la llamada—, control de carreteras alrededor del bosque de pinos de Ridge; buscar matrícula de auto número 205 Kilo, Xilófono, Zurich; procedimiento de acción 4-12.

—Bueno, chicos, súbanse a los autos. Tenemos que rellenar unos informes sobre niños desaparecidos y avisar a sus padres.

*

—¿Y ahora qué, Vilma? ¿Control de carreteras? No lo puedo creer —chilló el hombre mientras abría la guantera para sacar un revolver.

—¡Guarda eso, Damián! —le gritó Vilma disminuyendo la velocidad del auto—. No tenemos idea de lo que buscan. Que nos vean tranquilos, y si la cosa se pone fea pisaré el acelerador y atravesaremos la barricada.

Damián puso el arma debajo del asiento y echó un breve vistazo a los cuatro niños que estaban bajo el efecto de una droga. Iban recostados, uno al lado del otro en el asiento trasero.

—Duermen plácidamente, cómo… —murmuró entre dientes—. Qué chicos tan peculiares. Parecían saber cómo tratarnos a nosotros y la situación de una manera distinta a… ya sabes.

—¿De qué estás divagando? Distinta ¿a qué?

—Bueno, la mayoría de los niños se habrían puesto histéricos, gritando. Me parece que la niña de gafas estuvo rezando todo el tiempo...

Enseguida Vilma detuvo el vehículo delante de dos autos de policía y de varias barricadas metálicas. Un agente se acercó a la ventanilla de la mujer, mientras que otro seguido de un perro policía comenzó a caminar alrededor del auto.

Vilma bajó la ventanilla.

—Buenas tardes, agente —dijo con naturalidad.

—Buenas tardes, señora, señor —contestó cortésmente el policía, agachándose para observar a los demás ocupantes del vehículo—. ¿Adónde se dirigen?

—Vamos de regreso a Hallewick.

—¿Hallewick? Eso está muy lejos.

—Así es. Acampamos aquí con nuestra sobrina y sus amigos. Están bastante cansados; se quedaron toda la noche mirando las estrellas. Ya llevan como una hora durmiendo profundamente. ¿Hay algún problema, agente?

—Podría haberlo. Estamos buscando a un presidiario que se ha fugado. Es muy probable que esté armado y sea peligroso, y es posible que intente utilizar esta carretera para huir.

—Pues, no hemos visto a nadie, pero estaremos atentos.

—Espero que sí y no recojan a ningún extraño, sobre todo con esos niños ahí atrás. Nunca se sabe quién podría ser.

—Gracias, agente. Seguiremos su consejo.

—Muy bien. Ya no los retengo más —les dijo el policía con una amable sonrisa—. Que tengan un buen viaje y manejen con cuidado.

El policía dio un paso atrás e hizo una seña al otro policía para que los dejara pasar. El agente con el perro policía también había terminado de dar la vuelta al auto y le indicó al primer agente que todo estaba bien.

Vilma subió la ventanilla y pasó la barricada lentamente. Por fin el puesto de control quedó atrás y fuera de vista.

—Ya está; no fue tan difícil, ¿no te parece? —dijo echando una mirada condescendiente al hombre que iba a su lado.

—Supongo que no —le contestó el hombre, mirando con nerviosismo por la ventanilla trasera—. Sin embargo, es curioso que al policía no le pareciera sospechoso que los niños no tengan el más mínimo parecido con nosotros o que terminemos nuestras vacaciones justo cuando recién empieza la primavera.

—Damián, te preocupas demasiado.

—Quizás. Pero será mejor que aceleres, porque apenas se enteren que estos chicos están desaparecidos, el agente sabrá exactamente por dónde nos hemos ido.

—¿Y arriesgarnos a que nos detengan por exceso de velocidad? Deja que sea yo quien piense y decida todo esto, ¿de acuerdo? Los Farell van a pagar por haberme despedido y haber arruinado mi carrera de ama de llaves...

Con un inventario de objetos robados además —dijo para sus adentros Damián con una sonrisita de complicidad.

—...y nadie, ni estos malditos chiquillos ni tú, Damián, se van a interponer en mi camino.

—Cómo tú digas, Vilma —le contestó Damián—, tú mandas. Siempre que me des la parte que me corresponde cuando terminemos con todo esto, añadió mentalmente.

Durante la siguiente media hora Vilma y Damián escucharon atentamente la radio por si mencionaban la desaparición de los niños o alguna novedad sobre el caso del secuestro de Greendale. Pero no hubo nada.

Sin embargo, en medio de una propaganda radial, tanto Vilma como Damián, percibieron un silbido que parecía provenir de uno de los neumáticos. Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, se escuchó el sonido de un neumático desinflado: la llanta tocaba el pavimento.

—¡Un pinchazo! —gritó Vilma, golpeando con sus manos el volante del auto al tiempo que el vehículo se detenía a un costado del camino—. ¡Justo lo que nos faltaba!

—¡Mira, allá adelante, hay una estación de servicio! —exclamó Damián.

—Voy a ver —dijo Vilma—, tú quédate aquí y ten cuidado. Y si alguien pregunta, dile que el maletero está atascado, que no se puede abrir, ¿de acuerdo?

—Está bien —respondió él.

Damián siguió con la mirada a Vilma mientras se dirigía a la gasolinera. Luego esperó... y esperó.

*

—Vaya aventura —dijo Susan mientras la patrulla de los cinco aguardaba en la comisaría.

—La parte más chévere fue viajar en helicóptero —dijo Chris.

—A mí no me gustó mucho —dijo Karen—. Me dio nauseas. Yo creo que lo más emocionante fue encontrar... a Jaime.

—Para ti —dijo Chris con una sonrisa, y Karen se sonrojó—. ¿Y para ti, Kento?

—Hum... yo diría que descubrir el código morse de Ziggy.

—¿Y para ti, Ziggy?

—Que se me ocurriera escribirlo.

La respuesta de Ziggy hizo que los cinco estallaran en carcajadas. El oficial Hooper entró en la sala:

—Se les ve muy animados, no están para nada traumatizados.

—Pues no —contestó Susan—, gracias al Señor.

—Nunca imaginé que tuvieran aparatos para reventar los neumáticos por control remoto —dijo Kento—, es fantástico.

—¿Señor, podría contarnos todo lo que ha pasado? —preguntó Susan—. qué pena que estábamos dormidos cuando sucedió todo eso.

El oficial, contento de poder satisfacer la curiosidad de los chicos, sonrió, y tas carraspear ligeramente, procedió a narrarles los acontecimientos.

—Pues bien, después de que encontramos tu mensaje en código Morse con el número de la matrícula del auto... chico, eso fue una idea genial... —añadió volviéndose a Ziggy, que presumía radiante de orgullo— dimos aviso a la comisaría, de modo que cuando nuestros agentes vieron el auto en la barricada, enseguida lo reconocieron. Pero como había niños en el interior no podían arriesgarse a arrestar a los secuestradores directamente. De modo que uno de los agentes colocó un dispositivo en uno de los neumáticos del coche mientras el otro hablaba con la conductora. Luego, una vez que se fueron, la policía solicitó que hubiera refuerzos esperándolos en la próxima estación de servicio, el sargento Gibbs activó el mando a distancia y el neumático se desinfló.

—Qué listos —dijo Chris—. Parece la trama de una película.

—Tienes razón, chico. ¡A diario vivimos sucesos así! De modo que cuando el coche se detuvo, la mujer se bajó para ir a la gasolinera, donde la esperábamos para arrestarla. Y cuando el tipo se cansó de esperar y se bajó del auto para ver qué sucedía con ella, la policía lo arrestó también a él y ustedes quedaron a salvo.

—¿Y Jaime? ¿Cómo está? —preguntó Karen.

—Está bien —contestó el teniente Gibbs al mismo tiempo que el chico entraba en la sala—; es más, aquí está.

—Hola —dijo Jaime un poco nervioso mientras los chicos lo saludaban cordialmente—. Este... quiero agradecerles por salvarme la vida.

—En realidad fue Dios el que te salvó la vida —aclaró Susan.

—Lo sé. Yo también re... recé —dijo Jaime en un susurro.

—Seguro que dimos pasos equivocados y olvidamos preguntar a Jesús qué hacer —añadió Karen—; probablemente no debimos haber ido solos a la cabaña. Eso no fue muy inteligente de nuestra parte.

—Pero a la larga, Jesús lo solucionó todo. De no haber orado por Su protección, toda esta aventura podría haber terminado muy mal —dijo Chris.

—Bueno, en todo caso, gracias por lo que hicieron —dijo Jaime.

—Supongo que ahora te vas a ir a Greendale, ¿no? —preguntó Karen tímidamente.

—Así es. Mis padres vienen a recogerme en helicóptero. Estoy seguro de que les darán una buena recompensa por ayudar a rescatarme.

—La mejor recompensa que podemos recibir es saber que estás a salvo nuevamente —le aseguró Karen.

—Gracias —le dijo Jaime.

Karen miró al suelo; se mordió el labio y dijo:

—Jaime, tengo que decirte algo.

—¿Sí?

—Lo lamento —dijo finalmente.

—¿Lo lamento? —repitió Jaime—. ¿Qué es lo que lamentas?

—Antes pensaba que eras un estúpido. Casi no llegué a conocerte cuando estudiamos juntos en Greendale, y no estuvo bien que te juzgara de esa manera —dijo Karen con lágrimas en los ojos.

Jaime se ruborizó un poco; entonces fue él quien miró hacia otra parte. Se aclaró la garganta.

—No es la primera vez que me llaman estúpido. Por la manera en que me comportaba en el colegio jamás me habría hecho amigo de personas como tú. Pero ahora sé que la amistad es algo más que disponer de la última tecnología, ropa de moda o lo que sea. Espero... —Jaime vaciló y se dio la vuelta para mirar a todos los miembros de la patrulla, que ahora estaban alrededor suyo— espero que me permitan ser su amigo.

—Claro —dijeron todos al unísono.

*

Unas semanas más tarde, la patrulla se encontraba reunida en la cabaña. Chris escuchó que su mamá lo llamaba desde la casa.

—¡Chris, hay un paquete para ti!

Chris se dirigió rápidamente a la casa. En unos minutos regresó con una caja en la mano.

—¿Es un regalo para ti? Qué bueno —exclamó Susan.

—Es para todos nosotros —respondió Chris—. Tiene matasellos de Greendale.

—¿De parte de quién? —preguntó Ziggy.

—Bueno... juzgando por el remite... —dijo Chris con una sonrisa y le entregó el paquete a Karen.

—Está escrito con un bolígrafo plateado —dijo Karen entre dientes, sonrojándose.

—Bueno, ¡ábrelo! —dijo Chris, y Karen abrió el paquete con cuidado. En el interior había seis paquetes más pequeños, cada uno con su nombre: Chris, Susan, Karen, Kento, Ziggy y Frisky. Jaime Farell había enviado a cada miembro de la patrulla un bolígrafo plateado y un paquete con repuestos de tinta. Frisky recibió un collar tachonado de plata.

Chris leyó la inscripción grabada en un costado de su bolígrafo: «Para Chris Fulton, gracias por ser mi amigo».

—Qué tierno —dijo Susan, y tras leer la inscripción personalizada de su bolígrafo, Kento y Ziggy leyeron también las suyas.

—¿Y la tuya, Karen, qué dice? —preguntó Chris.

—Hum... solo tiene un corazón diminuto. Pero adentro de la caja hay una nota... para todos nosotros. Dice:

«Para mis amigos de la patrulla de los cinco. Sé que mis padres ya les han dado una recompensa por haber colaborado en mi rescate y por lo que hicieron por mí. Pero quise darles una pequeña recompensa de mi parte. Espero que estos bolígrafos les ayuden a recordar que soy un amigo y ojalá que algún día los pueda ayudar como ustedes me ayudaron. ¿Habría posibilidad de que me incluyeran en su patrulla? Un abrazo, Jaime Farell.»

—Qué buena idea —exclamó Kento—. Así seríamos la patrulla de los seis.

—No sé —añadió Susan—, no es mi número favorito, me gusta más el siete.

—Eso significa que tendremos que conseguir otro miembro más —dijo Ziggy.

—Cierto —dijo Chris—. Pongámonos manos a la obra. ¿Se les ocurre alguien?

Frisky comenzó a ladrar y los chicos estallaron en carcajadas.

—Creo que no tendremos que ir muy lejos para encontrarlo —repuso Karen.

Fin
Autor: Peter van Gorder. Ilustraciones: Jeremy.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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