Rincón de las maravillas
La aventura de Frisky
viernes, noviembre 11, 2022

Aventura de la patrulla de los 5

Era un frío día de invierno en Sheldon. Los vendavales habían reducido la temperatura durante toda la semana. Las suaves nevadas y la diversión navideña habían sido opacadas por el frío y la humedad. Los niños de la ciudad no podían sino esperar con impaciencia el calor primaveral.

En el cuarto de Kento, él y Ziggy elaboraban una flota de aviones de papel que Kento había bajado de Internet. A pesar de su concentración, a Kento se le escapó un suspiro. Había pasado una semana desde la última reunión de la patrulla en la Cabaña, y desde entonces no había pasado gran cosa.

—Terminé otro —anunció Ziggy, sosteniendo triunfalmente el avión en el aire.

—El pegamento ya casi seca en éste —añadió Kento—. ¿Cuántos hemos hecho?

—Doce.

—¡Ziggy! —la mamá de Kento lo llamó desde el primer piso—. Tu papá acaba de llamar. Viene a recogerte en cinco minutos. Y Kento, la cena estará servida en diez minutos. Más vale que empieces a recoger.

—Parece que se nos acabó el tiempo —concluyó Ziggy.

—Gracias por venir —añadió Kento—. Nos vemos mañana en el colegio.

Ziggy guardó con esmero cuatro aviones de papel en una caja de zapatos y la metió en su mochila.

—Te veo mañana —se despidió.

Mientras bajaba las escaleras, observó que el coche de su padre estaba estacionado afuera. La lluvia no cesaba. Ziggy tuvo que sostener su mochila sobre la cabeza para protegerse del chaparrón mientras corría hacia el coche. Se subió de un salto al asiento trasero y mientras su padre conducía, resonaba la voz del reportaje meteorológico en la radio del coche.

Se prevé que continúen los fuertes vientos, trayendo consigo nieve. Las bajas temperaturas descenderán a menos cero grados esta noche. Se recomienda tener cuidado al conducir, puesto que algunas calles presentarán congelamiento…

La casa de Ziggy no estaba muy lejos. A decir verdad, de no ser por el viento y la lluvia, podría haber llegado caminando. Pero hacía un frío atroz y el coche estaba tan calentito. Poco antes de llegar a la calle Claremont, donde vivían, empezó a caer una fuerte granizada.

Al detenerse frente a la cochera de la casa, Ziggy escuchó los animados ladridos de Frisky. Momentos después, se abrió la puerta y el perro corrió a su encuentro. Caía tanto granizo que Ziggy corrió sin detenerse a la casa, dándole solo una palmadita en la cabeza a Frisky. Su padre también se apresuró a entrar y cerró la puerta.

—Espera —gritó Ziggy—. Frisky aún está afuera.

—Lo siento. No lo vi.

Ziggy abrió la puerta y se asomó a la tormenta de granizo. No había rastro de Frisky.

—¿Adónde ha ido? Estaba aquí hace un momento.

—No te preocupes, hijo. El perro estará bien. A lo mejor quería estirar las patas y respirar un poco de aire puro. Ya volverá.

A Ziggy se le fue el alma a los pies. No le gustaba que Frisky estuviera solo en la calle, mucho menos con el tiempo inclemente. Pero su padre tenía razón. A Frisky le gustaba comer tanto como a Ziggy, y —en el peor de los casos— volvería cuando tuviera hambre.

El pensamiento le levantó el ánimo. Se reunió con su familia en torno a la mesa y pocas horas después se acostó a dormir. Antes de quedar dormido, oró que el perrito se encontrara a salvo y que encontrara el camino de regreso a casa antes del amanecer.

*

Frisky se encontraba a solas en la calle, jadeando y resoplando. Había corrido a toda velocidad desde su casa en la calle Claremont hasta un extremo del bosque Pine Ridge. Desde su posición observaba la oscura maraña de pinos, arbustos y superficies rocosas.

Frisky había atravesado el bosque Pine Ridge en un par de ocasiones con su antiguo dueño, el Sr. Colin, y luego con la Patrulla de los 5 en aquella inesperada misión de rescate del chico secuestrado en la primavera pasada. Sin embargo, desconocía los recovecos del bosque y el entorno agreste le impedía encontrar el camino. Había dejado de granizar, pero en su lugar caían espesos copos de nieve, que en la oscuridad, cubrían el rastro y ocultaban los puntos de referencia.

Pero había una razón por la que había ido allí. Algo lo había despertado de su siesta y animado a correr sin detenerse hasta llegar allí. Ahora estaba quieto y se puso a escuchar. Procuraba averiguar por qué estaba en ese lugar, tan lejos de su cálido hogar, y de la cena que le esperaba.

De pronto Frisky levantó las orejas. Había escuchado un susurro que venía de una voz que sonaba muy cercana y muy familiar.

Soltó un ladrido, no porque tuviera miedo; solo quería darle una señal a quien fuera que estuviera cerca. Ni siquiera con la agudeza de sus sentidos caninos pudo detectar a nadie.

—¡Eh! ¡Frisky!

Esta vez Frisky reconoció la voz, y vio la silueta de la persona a la que pertenecía. Era su querido antiguo dueño, el Sr. Colin.

Frisky se acercó dando brincos, ladrando con alegría y batiendo la cola.

—Hola amigo, ¿cómo estás? —le preguntó el Sr. Colin, agachándose para estar cara a cara con su fiel compañero de tiempos pasados. Se veía unos 20 años más joven que en sus últimos días de vida.

Frisky soltó otro ladrido de felicidad. El encuentro no se le hacía nada raro, si bien el Sr. Colin había pasado a mejor vida hacía más de un año.

—Yo también me alegro de verte. Te he extrañado —continuó el caballero—. Pero no tenemos mucho tiempo. Pronto esta nevada se convertirá en una ventisca. Ven, sígueme.

Dicho eso, el Sr. Colin se adentró aún más en el bosque. Atravesaba árboles y ramas entrelazadas como si no existieran. El fiel perrito lo siguió a toda prisa entre los arbustos. En ningún momento se preguntó el motivo por el que su dueño estaba allí, el lugar al que se dirigían ni para qué.

*

—¿Qué pasa? —le preguntó Kento a Ziggy a la mañana siguiente cuando entró al patio del colegio.

—Anoche Frisky salió corriendo y todavía no ha vuelto.

—Qué raro. ¿Había hecho eso antes?

—No.

—Bueno, al menos dejó de nevar. Estoy seguro que se encuentra bien. Es un perro muy inteligente y puede valerse por sí mismo. ¿Quieres venir a mi casa después del colegio para terminar los aviones que estábamos haciendo?

En ese instante se acercó Susan.

—Hola. ¿Cómo están? ¿Qué les parece si nos juntamos en la Cabaña esta tarde después del colegio? Ya no llueve ni nieva y me enteré de que Chris tiene un juego nuevo.

Ziggy se encogió de hombros de mala gana.

—¿Qué pasa? —le preguntó Susan, y Kento le explicó que Frisky había desaparecido.

La campana del colegio interrumpió su conversación y acordaron reunirse en la Cabaña.

—Si no ha vuelto para entonces, podemos idear una manera de encontrarlo —comentó Susan.

Ziggy le dirigió una sonrisa esperanzadora y los tres se dirigieron a sus respectivos salones de clase.

*

Frisky se movió perezosamente mientras los primeros rayos del sol le calentaban el hocico. Abrió los ojos. Le tomó unos momentos recordar dónde estaba y cómo había llegado allí. Estaba acurrucado debajo de un pequeño afloramiento de roca. Un blanco manto de nieve cubría los árboles y arbustos que se erguían a su alrededor. La tormenta había amainado.

Una ardilla saltó desde los árboles y cruzó el descampado. Se detuvo a mirar al perro y corrió nuevamente hacia los árboles.

Los pájaros trinaban desde la copa de los árboles. Frisky sintió que algo se movía a su lado.

Se dio la vuelta para observar a quien había pasado la noche en su compañía y descubrió a un niño regordete, de unos dos años, cuyo cabello rubio y rizado estaba enredado con palillos y tierra. Frisky no tenía idea de quién era, de dónde había salido ni por qué se encontraba a solas en medio del bosque. Lo único que sabía era que el Sr. Colin lo había guiado al niño y que era responsable de su cuidado.

El niño se estiró y rodó sobre sí mismo. Ramitas y hojas secas se pegaban a su suéter y colgaban de su cabello.

—Mamá —gimoteó.

Frisky se levantó y se sacudió la nieve. Luego volvió a acostarse junto al niño para mantenerlo abrigado.

—¡Eh! ¡Frisky!

Era el Sr. Colin de nuevo.

—Hola amigo —susurró—. ¿Cómo va todo?

El perrito le contestó con un emocionado ladrido.

—Mi querido Frisky, siempre tan leal y obediente. Sabía que podía contar contigo. Gracias por cuidar del pequeño Alejandro y mantenerlo abrigado anoche. Ya debería estar bien. Pero tenemos algo más que hacer. Ven conmigo.

Frisky se levantó de un salto, pero dirigió una mirada de preocupación al crío.

—Estará bien —aseguró el Sr. Colin—. Jesús vela por él. Está saliendo el sol y éste lo calentará. Anoche necesitaba que lo mantuvieras calentito. Volveremos a por él. Vamos.

Entonces, tal como había hecho la noche anterior, el Sr. Colin corrió por el bosque sin siquiera tener que hacer a un lado las ramas para protegerse la cara. Frisky vaciló, y luego emprendió la carrera siguiendo a su amo.

Unos minutos después, el perrito se detuvo frente a un camino pavimentado que atravesaba el bosque. A un lado del camino se veía un coche accidentado. Se había salido de la carretera y se estrelló contra un roble.

La puerta del asiento del conductor estaba abierta. La ventana hecha pedazos. Frisky observó al conductor, que yacía inconsciente. Su cabeza estaba empapada de sangre y ladeada hacia un costado. No parecía haber sufrido otras heridas.

Frisky buscó con la mirada a su amo, pero había desaparecido. Sin embargo, sabía que ese era el lugar al que el Sr. Colin lo había guiado y que su misión era tratar de ayudar al conductor.

Caminó alrededor del auto y descubrió que la puerta del asiento trasero estaba abierta. En su interior había una silla de bebé y varios juguetes desperdigados. Su agudo olfato le permitió descubrir que el pequeño Alejandro había estado allí.

Frisky ladró para despertar al conductor. Pero el hombre no se movía. Después saltó sobre él y procuró llamar su atención sin obtener resultado alguno. El hombre continuaba inconsciente. Sin embargo, como resultado de sus saltos y empujones, un objeto cayó del bolsillo de la chaqueta del conductor. Era un teléfono móvil.

El obediente perrito lo miró desconcertado. No sabía lo que era, pero sí sabía que los humanos lo empleaban para hablar y conversar. Se quedó mirándolo por unos momentos y continuó empujando suavemente al hombre. Entonces escuchó un zumbido bajo. El teléfono móvil vibraba en el suelo entre los asientos.

—Empuja el botón con luz intermitente —la voz del Sr. Colin resonó, si bien no podía verlo.

Frisky observó con cierta vacilación la cosa de plástico que vibraba. De todos modos, posó una pata sobre el aparato, esperando oprimir el botón que brillaba.

—¡Hola! ¡Hola!

Frisky oyó la tenue voz de una mujer que hablaba por el diminuto altavoz y con una pata intentó acercar el aparato al hombre.

—¿Marco? ¿Eres tú? ¿Hola? ¿Dónde estás, Marco? ¿Qué está pasando? ¿Hola?

—¡Guau! ¡Guau! —ladró Frisky a modo de respuesta.

La voz de la mujer se apagó y Frisky escuchó un golpe sordo al otro lado de la línea. Había soltado el teléfono.

—¡Espere! —una segunda voz más distante sonó por el auricular—. ¿Alguien contestó?

—No lo sé… dejó de sonar y luego oí ladrar a un perro.

—¿Entonces la señal está llegando?

—Supongo que sí… —contestó la mujer.

El móvil reprodujo varios sonidos y golpes, seguidos por una voz masculina.

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¿Me escucha? Por favor, responda.

—¡Guau! ¡Guau! —Frisky volvió a ladrar.

—¿Su marido llevaba consigo un perro durante el viaje? —preguntó el hombre.

—No… no tenemos perro.

—Pues alguien tiene un perro y ese alguien tiene el teléfono de su marido. Ahora que han respondido, la compañía de teléfono podrá rastrearnos la llamada. Harry, llama a CellCom y diles que tenemos señal. No se preocupe, Sra. Bentoni, pronto descubriremos su paradero.

A continuación se oyó algo parecido a un sollozo.

*

Esa tarde, la patrulla se reunió en la Cabaña. La conversación giró en torno a la desaparición de Frisky.

—Qué raro —comentó Karen luego de que Ziggy les contará a todos lo sucedido—. Anoche soñé con Frisky. Pocas veces recuerdo mis sueños, pero fue tan vívido y tan… hermoso. También vi al Sr. Colin. Se veía mucho más joven que la última vez que lo visitamos, pero lo reconocí de inmediato por la forma en que él y Frisky jugaban en un jardín. Fue un sueño hermoso. Desperté con una sensación cálida.

—Ay no —respondió Ziggy—. ¿Eso significa que Frisky ha muerto y se encuentra en el Cielo con su antiguo dueño?

—N-no creo. No fue la sensación que me dejó el sueño. Me parece que Frisky se encuentra bien, donde sea que esté. A lo mejor el Sr. Colin está velando por él.

—¿Crees que volverá? —se aventuró Ziggy.

—Por supuesto que sí —le aseguró Christopher—. A lo mejor quería estirar las patas y correr un rato. Ha llovido tanto que seguramente no salió de la casa en toda la semana, ¿verdad?

—Es cierto, ahora que lo dices.

—Ya ves, seguramente está estirando las patas un poco —continuó Kento—. Bueno, un mucho.

Ziggy sonrió.

—Solo espero que haya encontrado un lugar calentito donde pasar la noche. Hizo muchísimo frío anoche. Esta mañana el estanque de nuestro jardín amaneció congelado.

—Pero los peces de colores seguían nadando bajo el hielo, ¿verdad? —observó Kento—. Estoy seguro que Frisky también ha sobrevivido, donde sea que esté.

—Supongo que tienes razón —admitió Ziggy.

La tristeza se reflejaba en el rostro de cada uno. Christopher animó a todos a jugar su nuevo juego. Pero antes, Susan les recordó la importancia de orar primero por Frisky, y eso hicieron. Le pidieron a Jesús que cuidara de Frisky y le ayudara a volver a casa esa misma tarde.

—De lo contrario, Señor, danos una pista de dónde puede estar y de que está bien —añadió Karen y todos asintieron.

—¿En qué consiste el juego? —preguntó Kento.

—Es un juego de mesa que mi mamá compró de oferta después de la temporada navideña —resumió Christopher, y mientras Susan, Karen, Kento y Ziggy examinaban los contenidos de la caja, les explicó las reglas.

Mientras jugaban, la mamá de Christopher les llevó una merienda de panecillos y chocolate caliente. Para cuando terminaron la merienda y el juego —que ganó Kento—, ya era de noche. Kento, Karen y Ziggy decidieron irse cada uno a su casa.

—Nos vemos mañana —se despidió Christopher, mientras él y Susan recogían las piezas del juego.

—¿Crees que Ziggy estará bien? —preguntó Susan cuando los demás se fueron—. ¿Qué pasará si Frisky aún no ha vuelto cuando Ziggy llegue a casa?

Su amigo se encogió de hombros.

—No lo sé. A lo mejor podemos diseñar y fotocopiar un folleto con la información de Frisky y lo colocamos en diferentes lugares de la ciudad.

*

Sentado en su cuarto, Ziggy miraba el suelo desconsoladamente. Los cuatro aviones de papel ocupaban el lugar de honor sobre la balda de libros, pero no tenía ganas de jugar con ellos. La hora de la cena había pasado y aún no había señales de Frisky. Empezaba a pensar que le había ocurrido algo malo. Quizás nunca volvería a ver a su amado perrito.

—Tienes una llamada, Ziggy —le dijo su mamá.

¿Serán noticias de Frisky? Pensó Ziggy mientras corría escaleras abajo.

—Es Karen —le susurró su mamá, dándole el auricular del teléfono.

—¿Sí? Soy Ziggy.

—¡Ziggy! ¿Estás viendo esto?

—¿Qué cosa?

—Las noticias en el Canal Dos. ¡Rápido! Creo que es Frisky…

Ziggy colgó el teléfono, corrió a la sala de estar y encendió el televisor.

Una alegre reunión en la casa de la familia Bentoni. Es lo que Isabela Bentoni describe como un milagro, su hijo de dos años fue descubierto a salvo luego de pasar la noche a la intemperie en el bosque Pine Ridge.

—¿Qué estás viendo? —le preguntó su mamá, que llegaba de la cocina.

—¡Creo que tiene algo que ver con Frisky!

La locutora continuó: Marco Bentoni conducía a casa con su hijo de dos años, Alejandro, cuando su coche patinó en el asfalto congelado y se estrelló contra un árbol. Marco Bentoni quedó inconsciente. El pequeño Alejandro —que se encontraba en la sillita infantil en el asiento trasero— no sufrió heridas, pero se las arregló para deshacer los nudos de la silla y salir del coche.

Si bien la Sra. Bentoni llamó a la policía para reportar la ausencia de su marido, las condiciones meteorológicas impidieron las labores de búsqueda y rescate. El pequeño Alejandro pasó las siguientes diez horas a solas en el agreste y gélido bosque Pine Ridge antes de ser descubierto por las autoridades a la mañana siguiente.

Y aquí la historia se vuelve sorprendente. Sra. Bentoni, ¿sería tan amable de describirnos lo ocurrido?

Había intentado llamar a Marco varias veces, pero no había podido contactarlo. Temía lo peor, si bien aún no perdía las esperanzas. Finalmente entró la llamada, pero lo único que escuché fue un perro ladrando al otro lado de la línea.

¿Un perro? ¿Qué ocurrió después?

Los agentes de la policía emplearon la señal del teléfono para localizar su posición. Ello nos llevó a la escena del accidente. Encontramos a Marco inconsciente, aunque con vida. Había sufrido un golpe en la cabeza, así como la ruptura de varias costillas y una pierna fracturada, pero los doctores aseguran que se encuentra estable y que pronto se recuperará. Sin embargo, no había rastro del pequeño Alejandro. Su sillita estaba vacía y la fuerte ventisca había eliminado las huellas. Lo único que vimos alrededor del coche eran las huellas de un perro.

Al principio me asusté al pensar que sería un lobo, pero uno de los policías tiene un perro Golden Retriever, y las huellas le recordaron las de su perro. Entonces lo vimos.

La cámara enfocó a un perro que yacía tranquilamente a los pies de la Sra. Bentoni, y un niñito lo acariciaba.

—¡Frisky! —gritó Ziggy.

—¡Es él! —exclamó su mamá.

La Sra. Bentoni continuó: Se encontraba a unos metros del coche y ladraba para llamar nuestra atención. Era como una escena de la película Lassie. Sencillamente supe que el perro nos dirigiría a nuestro hijito. La policía llamó a una unidad de paramédicos para trasladar a Marco al hospital, pero un oficial y yo seguimos al perro. Y quién lo diría: ¡nos llevó directamente al pequeño Alejandro! No tengo idea de cómo Alejandro se soltó del asiento de seguridad en el que iba. Eso de por sí resulta sorprendente.

¿Tiene alguna idea de dónde salió el perro?, preguntó la reportera.

No lo sabemos. El nombre que lleva en la correa indica que su dueño vivía en Sheldon, pero la policía asegura que pasó a mejor vida hace más de un año…

Mientras Ziggy continuaba viendo la televisión, su madre marcó un número telefónico.

—Hola. ¿Noticiario KNTV? Sí, soy Candice Lomack. Llamo por el reportaje sobre la familia Bentoni. El perro es de mi hijo…

*

El coche se detuvo frente a la casa de la familia Bentoni. Ziggy podía escuchar a Frisky ladrando en el interior de la vivienda. Tan pronto él y su padre se acercaron, la puerta de la casa se abrió y Frisky salió corriendo. Ziggy corrió a acariciar y abrazar a Frisky, mientras el perro saltaba y movía la cola. Su padre se acercó a una mujer de rostro amable que se encontraba en el umbral de la puerta. Un niñito se escondía detrás de su falda.

—¿Sra. Bentoni?

La mujer asintió y sonrió.

—Soy Oscar Lomack, el padre de Ziggy.

—Llámeme Isabela. Entren, por favor.

—Gracias. Le agradecemos que nos reciba de inmediato. Debo confesar que fue muy difícil hacer que mi hijo se fuera a dormir anoche después de ver a Frisky en las noticias.

—Soy yo la que debe agradecerle, Sr. Lomack. De no haber sido por su perro, nunca habríamos encontrado a Marco. Mi hijo se habría congelado anoche. Yo… no encuentro palabras.

A la señora se le saltaron las lágrimas.

—Si hay algo que podemos hacer por ustedes…

—Es muy amable de su parte, pero tuve muy poco que ver en todo esto. Estamos felices de que Frisky esté bien, y más aún de saber que ayudó de un modo tan singular.

Isabela parecía un poco sorprendida y se secó las lágrimas.

—¿Dice usted… que su perro se llama Frisky?

—Sí. ¿Por qué?

—¿Se le han extraviado dos perros?

—No. Solo Frisky. Se escapó anteanoche y no teníamos idea del porqué ni adónde se pudo haber ido hasta que vimos la noticia del accidente de su marido.

—Qué curioso. Desde que Alejandro volvió a casa, cada vez que habla de aquella noche, dice Fisky y Colin. ¿Cómo podría saber los nombres de los perros?

—Este… no sé qué piensa de todo esto, Sra. Bentoni, pero Colin es… era…

—Lo siento mucho, Sr. Lomack. Ni siquiera les he ofrecido nada. ¿Le apetece un café?

Oscar sonrió.

—Jamás rechazo un café.

Mientras tanto, el pequeño Alejandro había corrido a unirse a Ziggy.

—Jugar con Fisky —gritó y Ziggy intentó explicarle que el nombre del perro era Frisky.

—Fisky —repitió Alejandro, acariciando el hocico del animal—. Fisky y Colin ayudar mí.

—¿Colin? ¿Viste… a Colin? —preguntó Ziggy.

El pequeño Alejandro se fue a por una pelota de color rojo que Frisky había sacado de un montón de nieve.

—¿Cómo está el perro, hijo? —preguntó Oscar.

—Bien… este, papá… Alejandro habla de Colin. Creo que tal vez lo vio.

—¿Colin? —preguntó Isabela—. ¿Colin no es otro perrito?

—No. Era un caballero de edad avanzada que vivía a pocas casas de uno de los amigos de Ziggy.

—Tenía un jardín increíble al estilo japonés, con un enorme árbol de secoya —describió Ziggy.

—¿Te refieres al Sr. Hedgecomb, el anciano que vivía recluido y que falleció el año pasado?

—Sí. Le gustaba que los niños lo llamáramos Colin.

—¿Quieres decir que nuestro pequeño Alejandro vio el fantasma de una persona fallecida? —preguntó Isabela.

—Desconozco su postura acerca de esas manifestaciones, Sra. Bentoni —respondió Oscar—. Pero me parece que la palabra más adecuada sería santo. El Sr. Hedgecomb era un hombre de Dios. Fue misionero y un gran amigo de los niños. Era el anterior dueño de Frisky, y seguramente sea esa la razón de que el perro sea tan bueno y cariñoso, sobre todo cuando está con niños pequeños. No me cabe duda de que Dios tiene un propósito especial para su familia al cuidarlos de esa manera tan milagrosa.

*

Unas semanas después llegó una carta al buzón de la familia Lomack. Oscar la leyó con su familia durante la cena.

Estimado Sr. Lomack y familia:
Deseo extenderle una vez más mi agradecimiento por ayudarnos a mi familia y a mí. No fue solo su perrito el que acudió al auxilio de mis seres queridos. También fue usted al hablarme de Dios y de Su propósito al permitir que ocurrieran esos hechos.
Debo admitir que en ocasiones he considerado hacer más por Dios. Verá, mi hermana es misionera en el continente africano. Cuando me enteré que el Sr. Colin Hedgecomb, el antiguo dueño de Frisky, también había sido misionero, supe que Dios intentaba comunicarme un mensaje.
He escrito a mi hermana para preguntarle si hay algo en lo que puedo ayudar. La visitaré dentro de poco para hablar de temas que no hemos hablado en años.
Cordialmente,
Isabela Bentoni
P.D.: Marco fue dado de alta del hospital hace una semana. Continúa recuperándose de la fractura de su pierna. Aunque las costillas le duelen de vez en cuando y camina con la ayuda de muletas, se encuentra muy feliz de estar con vida. Al igual que yo, ha descubierto cuán frágil puede ser la vida. La estadía en el hospital lo ha llenado de compasión por aquellos menos afortunados que nosotros. Mi marido y yo deseamos ayudar a quienes más lo necesitan, de la misma manera que Dios —junto a ustedes, Frisky y Colin— nos ayudaron a nosotros.
Autor: Curtis Peter van Gorder. Ilustraciones: Jeremy.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: relatos para niños, oración, protección y cuidados de dios, ángeles, aventuras de la patrulla de los 5