Rincón de las maravillas
Aventura bíblica: ¡Las plagas de Egipto!
viernes, septiembre 10, 2021

Recuento dramatizado de Éxodo 5-12

Moisés tenía una misión. Dios le había hablado de la opresión que ejercían los egipcios sobre los israelitas y le encomendó la tarea de guiarlos a la Tierra Prometida. Moisés conocía la tiranía egipcia, ya que de bebé y gracias a la astucia de su hermana, él mismo había eludido la orden gubernamental que decretaba que todos los recién nacidos hijos de padres hebreos debían ser arrojados al río Nilo. Y ahora, a pesar de las reservas que tenía con respecto a su capacidad de liderazgo, Moisés se aferra a las promesas de Dios de sabiduría, protección y ungimiento para la colosal tarea que tenía por delante.

Nuestro relato comienza cuando Moisés y Aarón, este último hermano y portavoz de Moisés, confrontan a Faraón con la orden divina de dejar que los israelitas se marchen de Egipto.

Leobín, un hombre astuto y corpulento, funcionario en la corte del Faraón, regresaba en carro a su hogar y pasó delante de una larga columna de esclavos hebreos que marchaban penosamente hacia la tierra de Gosén.

—Con que Moisés dice que Dios les ha ordenado que se tomen un tiempo libre para adorarlo, ¿eh? —les gritó—. ¡Entonces, que les ayude a hacer ladrillos sin paja!

Las extensas tierras de Leobín lindaban con la zona sur de la tierra de Gosén, en el fértil delta del Nilo. Tomó una curva del camino principal rumbo a su mansión, en tanto los extenuados hebreos cruzaban un puente sobre un canal en dirección de Gosén.

Al entrar su padre y sus hermanos, Jemima quitó la mirada de la olla en que cocinaba y al ver sus espaldas sangrantes, exclamó:

—¡Ay, Dios mío, los han vuelto a golpear!

—Así es —respondió su padre, suspirando profundamente—. Moisés le ha dicho al Faraón que Dios ordena que deje marchar a Su pueblo, pero el Faraón no quiere hacerlo y ha hecho que nuestro trabajo sea más pesado aún al hacer que nosotros mismos reunamos la paja, en vez de proveérnosla como solían hacer. Luego sus negreros nos azotan por no cumplir con nuestra cuota diaria de ladrillos.

—¡Oh, Señor, líbranos! —exclamó Jemima mientras curaba sus heridas.

Moisés y Aarón estaban desanimados; su primer intento para convencer a Faraón de dejar ir a los hebreos había fracasado. Y no solo eso, daba la impresión de que habían empeorado la situación de la gente a la que estaban tratando de rescatar.

Moisés buscó la guía de Dios y Dios predijo que Faraón les iba a pedir que hicieran un milagro, y cuando se lo pidiera, Aarón debía echar su vara en el suelo y ésta se convertiría en una serpiente. Todo lo cual ocurrió tal como Dios había predicho.

En el palacio, luego de que la vara de Aarón se convirtiera en serpiente, Faraón no quedó muy impresionado y enseguida mandó llamar a los chamanes de su palacio para que convirtieran sus varas en serpientes. Aunque fueron capaces de hacerlo, la serpiente de Aarón se comió a las serpientes de los chamanes. Con todo, el Faraón siguió endureciendo su corazón en contra del Dios de los hebreos y se negó a dejarlos ir.

Al día siguiente, cuando el Faraón bajaba a la ribera del río Nilo, Moisés y Aarón le salieron al encuentro tal como Dios les había indicado.

—En esto conocerás que Dios es Dios —proclamó Moisés—. Con esta vara golpearé las aguas del Nilo y se convertirá en sangre. Los peces que hay en el río morirán y el río hederá y los egipcios tendrán asco de beber de sus aguas.

Aarón golpeó las aguas del río y la indiferencia burlona del Faraón se convirtió en shock cuando las aguas del Nilo se volvieron de un marrón verdoso a un rojo intenso. Todos los arroyos y canales, lagunas y estanques de Egipto, incluyendo el agua que estaba en los jarrones de piedra se convirtieron en sangre. El Nilo hedía a podrido, sus aguas eran imposibles de beber y todos los peces que había en ellas murieron. Sin embargo, cuando los hechiceros de la corte del Faraón realizaron un acto similar empleando para ello sus artes secretas, el corazón del Faraón una vez más se endureció.

Transcurrieron siete días y Moisés y Aarón volvieron a ir donde el Faraón con el decreto de Dios: «¡Deja ir a Mi pueblo!» Pero el Faraón nuevamente se negó. Por lo tanto, Aarón estiró su vara sobre los arroyos, canales y lagunas y vinieron ranas que cubrieron todo el territorio. ¡Ni siquiera el palacio de Faraón quedó exceptuado!

De camino a su casa, Leobín contempló horrorizado que sus tierras estaban cubiertas por un movedizo mar de ruidosas ranas. Quedó aún más horrorizado al tener que pasar entre las ranas que había en su jardín y al entrar en su casa había ranas en la cocina, dentro de los hornos, y ¡hasta en su dormitorio y en su cama! Su esposa y su hijo estaban histéricos mientras aquellas repulsivas criaturas saltaban encima de ellos.

Mientras tanto, Jemima, sus hermanos y una multitud de hebreos que se había aglomerado en la ribera del canal, observaban atónitos la tierra de Egipto que se extendía frente a ellos. En tierras de Leobín se veía un mar de ranas; pero en la tierra de Gosén todo estaba bien.

Finalmente, el Faraón rogó a Moisés que alejara la plaga de ranas. Moisés aceptó y dijo: «Para que sepas que no hay otro como el Señor nuestro Dios».

Entonces Moisés oró y el estruendo de millones de ranas cesó por completo al morir las ranas. Leobín ordenó a sus sirvientes que retiraran de su casa los cuerpecillos muertos y que acumularan en montones los que estaban en sus campos. Durante los días que siguieron, de toda la tierra de Egipto se elevó al cielo el hedor de las ranas muertas.

Lamentablemente, pese a que su tierra ahora estaba libre de la plaga de ranas, el Faraón volvió a endurecer su corazón. Por lo tanto, Dios ordenó a Moisés que dijera a Aarón que golpeara con su vara el polvo de la tierra y cuando lo hubo hecho, el polvo se convirtió en piojos que treparon sobre cada hombre y bestia de Egipto. El Faraón ordenó a sus hechiceros que hicieran lo mismo, pero estos no pudieron.

Con la autoridad de Dios, Moisés volvió y ordenó a Faraón:

—¡Deja ir a mi pueblo, de lo contrario Dios te enviará una plaga de moscas!

Pese a ello, el Faraón se negó a escucharle por lo que Dios le envió enjambres de moscas que invadieron su palacio y las casas de sus funcionarios. Toda la tierra de Egipto quedó infestada de moscas. Leobín se enloqueció tratando de sacarse de encima las moscas que se le pegaban al cuerpo, desconcertado al ver que ni una sola mosca volaba por la tierra de Gosén.

—¡Pueden irse! —le gritó el Faraón a Moisés—. ¡Solo llévate contigo estas horrorosas moscas!

Sin embargo, apenas Moisés oró y Dios hubo retirado las moscas de Egipto, Faraón se negó a cumplir con su palabra.

Moisés volvió a presentarse delante del Faraón con un mensaje de Dios:

—Si te niegas a dejar ir a los hebreos, Dios te enviará una severa plaga sobre tus ganados y todo ganado egipcio morirá, pero el ganado de los israelitas vivirá.

Entonces Dios envió una peste sobre los caballos, los asnos, los camellos, las reses, las ovejas y los bueyes de los egipcios, y Leobín vio cómo todo su ganado moría mientras que a poca distancia en Gosén, los animales pastaban a gusto, sin que muriese uno solo de ellos.

Leobín estaba en el palacio de Faraón cuando se desató la siguiente plaga. Moisés, en presencia de Faraón, tomó puñados de ceniza de un horno y los arrojó en el aire. Luego todo el territorio egipcio se cubrió de un fino polvillo y en hombres y bestias aparecieron llagas. Leobín lanzó un grito desgarrador al verse cubierto de dolorosas llagas de la cabeza a los pies.

El propio Faraón y sus hechiceros estaban completamente cubiertos de llagas, pero ni aun así se doblegaba, por lo que finalmente Moisés ingresó abruptamente ante su presencia y dijo:

—Así ha dicho el Señor: De haber querido, ya habría extendido Mi mano y desatado sobre ti y sobre tu pueblo una peste que los habría eliminado de la faz de la tierra. Por lo tanto, a fin de que todos sepan que Yo soy el Dios verdadero, mañana he de enviar la peor granizada que haya caído jamás sobre Egipto, desde que se formó como nación hasta el día de hoy. Recojan todo su ganado y llévenlo a un sitio donde esté seguro, pues el granizo que caerá matará a toda persona o animal que se encuentre al descubierto.

El Faraón y su gente disponían de un día entero para acatar la advertencia y varios de sus funcionarios y oficiales que temieron la Palabra de Dios, llevaron a sus esclavos y ganados a lugar seguro. Pero Leobín, al igual que Faraón y la mayoría de los funcionarios del palacio, ignoraron a Moisés.

Al día siguiente, Moisés levantó su vara al cielo y estos se cubrieron de oscuros nubarrones y empezaron a resonar los truenos. De pronto, los largos brazos de los relámpagos se descargaron, desatándose una tormenta de granizo. El ruido era ensordecedor. El granizo cayó sobre todo Egipto acompañado de relámpagos y del fuego que se extendía por la pradera. La tormenta se prolongó y parecía no tener fin. Finalmente, Faraón prometió que dejaría partir a los hebreos, así que Moisés oró y de inmediato cesó la tormenta.

Una vez amainado el temporal, Leobín regresó a su casa, chapoteando sobre los montículos de granizo que empezaban a derretirse. Hasta donde le alcanzaba la vista, pudo comprobar que toda planta había sido destruida por la tormenta. Los árboles habían quedado pelados y las ramas desgajadas. Al llegar a sus tierras se encontró con los cadáveres de sus esclavos y animales tendidos por doquier muertos por el granizo.

Después de cesar el ruido atronador provocado por la tormenta, Jemima y todos los hebreos salieron de sus casas para ver si sus campos habían sido destruidos, pero para su sorpresa y alegría, comprobaron que los campos y árboles de Gosén estaban intactos. Empero al otro lado del canal, la tierra de Egipto presentaba un panorama desolador.

Si bien la tormenta se había detenido, el Faraón se negó a cumplir lo prometido. Una vez más Moisés le advirtió que debía dejar ir a su pueblo, pero el Faraón se negó. Entonces, Leobín y los demás funcionarios le rogaron, diciendo:

—¡Deja que el pueblo se vaya! ¿No te has dado cuenta aún de que Egipto está arruinado?

Al insistir el Faraón en su negativa, Dios envió un viento del oriente que sopló toda la noche. Al llegar la mañana había traído consigo unos enjambres de langostas sin precedentes que se abalanzaron sobre todo Egipto. Desde la ribera del canal, Jemima contempló las interminables nubes de langostas que se abalanzaban sobre los campos de Leobín y devoraron todo lo que el granizo no había destruido. Cuando acabaron no quedó vestigio de verde en los árboles o de vida vegetal en Egipto.

Sin embargo, como si un muro invisible las hubiera detenido, ni una sola langosta cruzó a la tierra de Gosén. Jemima y sus hermanos, junto a la gran multitud de hebreos que los rodeaba, se pusieron de rodillas con gran admiración y reverencia ante el grandioso poder de Dios.

Al desaparecer las langostas, Faraón volvió a endurecer su corazón, de manera que cayó la siguiente plaga.

Cuando Jemima y su familia salieron, vieron que se arremolinaba sobre el puente que dividía a Gosén de Egipto un muro de la neblina más oscura que habían visto en sus vidas. Aquella oscuridad cubrió Egipto y nadie salió de su casa por espacio de tres días, paralizándose así toda la nación. Leobín, tropezando dentro de su palacete, descubrió que ni siquiera una lámpara encendida podía traspasar la oscuridad.

Sin embargo, en la tierra de Gosén el sol brillaba como de costumbre.

Entonces, Dios desató una última plaga sobre el Faraón y sobre Egipto. Moisés llamó a los ancianos de Israel y les dijo:

—Vayan y seleccionen corderos para ustedes y sacrifiquen el cordero pascual. Tomen la sangre del cordero y pinten con ella los dos postes del umbral de sus puertas. No salgan de sus casas hasta la mañana, porque Dios pasará por toda la tierra de Egipto para herir a los egipcios y cuando Él vea la sangre en el dintel1 y en los dos postes del umbral de las puertas pasará de largo y no permitirá que el destructor entre a vuestras casas para mataros.

Siguiendo las instrucciones de Moisés, los hebreos comieron la cena pascual y pintaron los umbrales de sus puertas de calle con sangre de cordero para manifestar su fe en la protección de Dios. Cuando Dios llegaba a una casa que tenía sangre en el umbral de la puerta, pasaba de largo, pero donde no había sangre, el primogénito de dicha casa moría.

A medianoche, Dios aniquiló a todos los primogénitos de Egipto, desde el hijo mayor del Faraón, hasta los primogénitos de los prisioneros que estaban en los calabozos de Faraón. Desde la tierra de Gosén los hebreos podían oír con claridad el lamento de millones de egipcios por todo su territorio porque no quedó casa sin que hubiese algún muerto.

No obstante, entre los israelitas la calma era absoluta, no se oía siquiera el ladrido de un perro. Los egipcios, enlutados y atemorizados ante el gran poder de Dios, le imploraron a los hebreos que se marcharan.

El Faraón mandó a llamar a Moisés y a Aarón y les dijo:

—¡Váyanse a servir a su Dios! ¡Llévense sus rebaños y sus manadas, tal como han dicho, y váyanse!

Aquella noche los israelitas dejaron Egipto para iniciar su travesía hacia la Tierra Prometida. El gran poder de Dios había puesto en libertad al pueblo hebreo.

Para más información sobre este fascinante personaje bíblico, vean «Héroes de la Biblia: Moisés».

Notas a pie de página:

1 Dintel: Elemento horizontal de piedra, madera o hierro, que cierra la parte superior de una abertura o hueco hecho en un edificio, generalmente una ventana o puerta, y sostiene el muro que hay encima, cargando el peso sobre las jambas. (Dintel: Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.)

Adaptación de R. A. Watterson de Tesoros © 1987. Diseño: Roy Evans.
Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021
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