Rincón de las maravillas
Aventura bíblica: El ardid del pan mohoso y el día que se detuvo el sol
viernes, marzo 25, 2022

Adaptación de Josué 9 y 10

Para saber más sobre Josué ver «Un nuevo dirigente, y al servicio secreto de Dios» y «Una vía por el río y una batalla de lo más “original”».

El pueblo de Canaán fue presa del temor cuando empezaron a oírse noticias acerca de las victorias de Israel en Jericó y sus siguientes conquistas en la ciudad de Hai. Debido a ello, varios de los gobernantes de las ciudades más grandes se reunieron para hacer frente a los israelitas.

Hubo otros que consideraron mejor llevar a cabo un tratado de paz con los invasores, de ser ello posible. Entre ellos estaban los principales dirigentes de la ciudad de Gabaón, que idearon una forma más astuta de ponerse a salvo.

Su ciudad no estaba lejos de Hai, y supusieron que, de no hacer algo pronto, ellos serían los siguientes en ser destruidos. De modo que escogieron un grupo de hombres que se harían pasar como embajadores de lejanas tierras, y pusieron sobre sus asnos alforjas envejecidas por la intemperie, y en su interior resecos pellejos de vino. Los hombres se calzaron sandalias gastadas, se pusieron vestimentas raídas y como alimento escogieron trozos de pan mohoso. Acudieron a Josué, en el campamento de Gilgal, y dijeron a éste y a los hombres de Israel: «Venimos de lejanas tierras, tras muchas jornadas de viaje, para firmar con ustedes un tratado de paz».

Algunos de los jefes de Israel sospecharon de los viajeros de aspecto fatigado, observándolos detenidamente, pero ninguno descubrió la artimaña. De modo que Josué les preguntó quiénes eran y de dónde provenían.

Simulando en sus voces la fatiga de un largo viaje, respondieron: «Venimos de un país muy lejano; hemos oído hablar del gran poder de vuestro Dios, y de todo lo que ha hecho en Egipto por ustedes, y que los ayudó a conquistar a los dos reyes de los amorreos.»

Si los extraños hubieran sido de una tierra lejana, no hubiesen escuchado sobre las victorias de Josué en Jericó y Hai, de modo que evitaron referirse a esas dos ciudades, lo cual los hubiese delatado.

Al observar que sus palabras habían tenido el efecto deseado en Josué y los príncipes de Israel, los desconocidos mencionaron los alimentos que habían traído con ellos.

«Miren nuestro pan», dijeron con tristeza, «lo pusimos aún caliente en nuestras alforjas el día que salimos de casa. Pero ya está reseco y mohoso. Nuestros pellejos eran nuevos cuando los llenamos de vino, y ahora son viejos y están resquebrajados. Nuestras vestimentas y nuestro calzado también se han desgastado en nuestra larga travesía.»

Josué les creyó, al igual que los demás jefes que escuchaban. ¿Qué podían argüir ante la evidencia de aquel pan viejo? Josué hizo paz con ellos, concediéndoles la vida y decidiendo no atacar su ciudad.

Sin embargo, tres días después se descubrió el ardid. No es difícil imaginar la ira que Josué y los demás sintieron al ver que habían sido engañados. Pero cumplieron la palabra que habían empeñado delante del Señor, y cuando llegaron a la ciudad de Gabaón no les hicieron ningún daño, pero en castigo por su engaño, se les dijo que serían siervos de los israelitas.

¿Cómo fue posible que Josué y los príncipes de Israel fueran engañados de ese modo por aquellos embusteros? La Biblia explica que los hombres de Israel examinaron las provisiones de los gabaonitas, pero no consultaron con Dios. Se dejaron llevar por el aspecto de los visitantes y por el pan mohoso, y que a pesar de tener ciertas dudas, no lo consultaron con el Señor.

Del mismo modo que los había dirigido para la conquista de Jericó y de Hai, Dios hubiera estado dispuesto a aconsejarlos acerca de aquel asunto. Pero tal vez Josué y sus oficiales, llevados por su soberbia y la confianza en sí mismos luego de sus dos victorias, pensaron que no era necesario consultar con Dios acerca de cómo proceder en un asunto que parecía tan obvio. De manera que fueron tomados por sorpresa e inducidos al error con el ardid de las vestimentas desgastadas y el pan duro. Si le hubieran pedido a Dios que los orientara y les diera sabiduría en este asunto, Él se lo hubiera concedido y no habría dejado que fueran engañados.

En primer lugar, fueron engatusados al punto de acordar un tratado de paz con los gabaonitas. Pero eso no fue todo. Cuando Adonisedec, que era uno de los reyes de los amorreos que habitaban en Canaán, se enteró de que Josué había conquistado y destruido Jericó y Hai, y que los israelitas habían celebrado un pacto de paz con los gabaonitas, se alarmó.

Su pueblo temía además a Gabaón pues era una ciudad muy importante, semejante a las ciudades reales de los amorreos. Los hombres de Gabaón eran afamados guerreros, y cuando el rey Adonisedec supo que se habían aliado con Israel envió mensajes urgentes a los demás reyes amorreos, poniéndolos al tanto del desastroso curso de los acontecimientos.

«Acudan a ayudarme, y atacaremos a Gabaón», decía su mensaje. «Han hecho la paz con Josué y los israelitas.» Como consecuencia, los cinco reyes de los amorreos unieron sus fuerzas para realizar un ataque conjunto sobre Gabaón.

Enseguida Josué recibió un aviso de los gabaonitas por el que se le daba cuenta del inminente ataque, diciendo: «Por favor, no abandones a tus siervos. ¡Ven pronto a ayudarnos, y sálvanos!»

Era irónico que Josué ayudara a una gente que lo había engañado, pero sabía que Israel no podía cederle ni un palmo de terreno a los impíos reyes de Canaán, a los que debía expulsar de aquellas tierras, según mandamiento de Dios.

Esta vez, sin embargo, antes de lanzarse a la acción, Josué buscó la importantísima confirmación del Señor. Con los gabaonitas había aprendido una valiosa lección, y estaba decidido a escuchar a Dios.

El Señor le respondió, y le dijo: «No tengas temor de ellos; porque Yo te he dado la victoria. Ninguno de ellos prevalecerá delante de ti una vez terminada la batalla.» El Señor había respondido, y había prometido que estaría junto a ellos.

Una vez que tuvo el permiso de Dios para seguir adelante, Josué demostró que era un verdadero hombre de acción. Convocó de inmediato a sus mejores hombres, que acompañados de sus tropas se lanzaron a una marcha que tardaría toda la noche hasta llegar a Gabeón al amanecer, tomando al enemigo por sorpresa.

Siguió una batalla feroz, pero Dios tenía unos trucos bajo la manga. Arrojó desde el cielo grandes piedras sobre el ejército enemigo, y fueron más los que murieron por las piedras del granizo, que por la espada de israelitas.

Josué y sus hombres habían hecho todo lo que estaba a su alcance, y el Señor intervino sobrenaturalmente para ayudarles. Sin embargo los cinco reyes, con algunos de sus hombres, lograron huir de la batalla. De todos modos, Josué recordaba que Dios le había prometido en Gilgal que tendrían una victoria total, que ninguno prevalecería delante de ellos.

Josué se dio cuenta de que aquella era una batalla decisiva que doblegaría el poder de los cananeos y que les dejaría abierta una importante salida al mar. No podía permitir que las fuerzas opositoras huyeran.

Pero se presentaba un problema. Transcurrían las horas y se alargaban las sombras. Pronto el sol se ocultaría tras las montañas, dándoles a sus enemigos la oportunidad de escabullirse en la oscuridad y tal vez de reagruparse, e incluso de obtener refuerzos.

De repente Josué alzó la voz delante de todos sus hombres y exclamó en un estallido de fe: «Sol, detente en Gabaón; y tú, luna, quédate quieta en el valle de Ajalón.»

Milagrosamente, mientras Josué y sus hombres siguieron luchando y persiguieron a sus enemigos, el sol mantuvo su posición en el cielo sobre el campo de batalla hasta que Israel había vencido a sus enemigos. ¡El sol se detuvo en medio del cielo y retrasó su caída casi un día entero! Dios mismo había intervenido, de la manera más maravillosa posible, para que los ejércitos de Israel dispusieran del tiempo necesario para someter por completo a sus enemigos.

Luego de aquella gran victoria siguieron otras, en las que Josué derrotó a los enemigos de los israelitas. La Biblia dice: «Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué en una sola acción, porque el Señor, Dios de Israel, peleaba por Israel» (Josué 10:42).

Para saber más de este fascinante personaje de la Biblia ver «Héroes de la Biblia: Josué».
Adaptación de Dichos y Hechos © 1987. Diseño: Roy Evans.
Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: audio, relatos de la biblia para niños, valor, vidas admirables, aventuras bíblicas, fe