Rincón de las maravillas
Cuentos del abuelito: Tesoros del mar: El susto de Augusto
lunes, mayo 9, 2022

—Tristán, ¡tu habitación está muy desordenada! —observó el abuelo Diego—. Te pedí que guardaras los libros antes de sacar los juguetes.

—Quería jugar con los legos —contestó su nieto—. Estaba aburrido de leer libros.

—Comprendo que estuvieras aburrido —dijo el anciano—, pero hubieras debido obedecer.

—Es que no quería esperar para jugar con los legos. Pensaba recoger después los libros.

—Ser obediente es hacer enseguida lo que te mandan —explicó el abuelo—. Dejarlo para más tarde o para cuando tengas ganas no es obedecer, ¿verdad?

—No —reconoció el niño.

—¿Sabes por qué es importante que aprendas a ser obediente?

Tristán reflexionó unos instantes.

—¿Porque a ti te gusta?

El abuelo se rió entre dientes.

—Ese es un buen motivo; pero lo principal es que hay veces en que es muy necesario obedecer para evitar que suceda algo malo. Por ejemplo, sabes que debes ponerte el casco para ir en bicicleta. Pero imagínate que un día decides no ponértelo porque te parece que no hace falta. ¿Qué pasaría si chocas o te caes?

—Me podría hacer mucho daño en la cabeza —dijo Tristán.

—¡Exactamente! Eso me recuerda un cuento sobre Augusto, en el que aprendió la importancia de obedecer.

—¿Me lo cuentas, abuelito?

—¿Qué tal si recoges el cuarto y cuando termines te lo cuento?

—De acuerdo —contestó el pequeño emocionado—. Lo haré enseguida.

* * *

Hacía un día magnífico en el mar. Los rayos del sol calentaban el agua y la hacían resplandecer. Augusto, posado en una roca, se entretenía lanzando piedritas.

«Estoy aburrido —dijo bostezando—. Mis amigos andan ocupados, y no tengo a nadie con quien jugar. Me gustaría hacer algo divertido».

Se detuvo un momento a pensar, luego dio un brinco, y en su rostro se dibujó una sonrisa de emoción. «¡Me daré una vuelta por Punta Sombría!»

Punta Sombría quedaba en las inmediaciones del reino de Sabalia. Era un lugar peligroso que todas las sirenas, tritones y peces evitaban.

Los padres de Augusto le habían advertido que no se acercara.

«Apuesto a que no es tan peligroso. Solo me quieren asustar —pensó—. ¡Será divertido! Voy a echar un vistazo y luego se lo contaré a mis amigos. ¡Los voy a impresionar!»

Antes de emprender la travesía hacia Punta Sombría, miró alrededor por si veía a alguien. No quería que nadie se enterara.

Al aproximarse al lugar, le dio la impresión de que el sol ya no brillaba con tanta intensidad. El agua estaba turbia y fría, poblada de enormes algas oscuras. Un poco más allá había un barco hundido.

«¡Increíble! —susurró Augusto—. A Guido y a Gobi les encantaría ver esto. Se les va a caer la baba cuando se lo cuente».

En ese momento oyó voces. ¡Eran tiburones! Un pez martillo y un gran tiburón blanco estaban enzarzados en una discusión. Augusto se escondió rápidamente entre las algas.

—Jaquetón, ¿por qué siempre tienes que escoger tú los juegos? —preguntó Topetón, el pez martillo.

—Porque soy más grande y fuerte que tú —contestó el gran tiburón blanco.

—¡Eso no es justo! —repuso Topetón—. Serás grande y fuerte, pero yo soy mucho más rápido.

—¡No es verdad!

—Claro que sí. Trata de agarrarme.

—¡Verás cómo te pillo! —dijo Jaquetón enojado.

Topetón salió disparado, y el tiburón blanco empezó a perseguirlo.

De pronto Augusto vio que el pez martillo iba directo a las algas donde él estaba escondido, por lo que se encaramó a una de ellas lo más rápido que pudo.

Pero al pasar Topetón a toda velocidad, Augusto perdió el equilibrio y fue a parar sobre el hocico de Jaquetón.

—Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? —preguntó éste—. ¡Un precioso caballito de mar! ¿No te has alejado mucho de tu casa?

—¿Tus padres nunca te dijeron que no vinieras a Punta Sombría? —añadió el pez martillo.

Los dos tiburones se rieron a carcajadas.

El pobre Augusto temblaba de miedo.

—Por favor, no me coman —dijo Augusto con voz temblorosa.

—¡Se me ha ocurrido algo! —exclamó Topetón—. Juguemos con el caballito. Dejemos que se escape mientras contamos hasta veinte. Él se esconde, y luego lo vamos a buscar.

—¡Un juego… qué divertido! ¿Listo, caballito? Nada todo lo rápido que puedas.

—Uno… dos… tres… —contaron Jaquetón y Topetón.

Augusto se alejó a toda velocidad en dirección a un banco de coral, con la esperanza de llegar allí antes de que los tiburones lo alcanzaran.

—Diecinueve… y ¡veinte! —gritaron Jaquetón y Topetón, que salieron a buscar al caballito de mar.

Augusto acababa de llegar al banco de coral y se las arregló para meterse en una hendidura donde esperaba que los tiburones no lo pudieran agarrar.

Allí hizo una oración: «Dios mío, perdóname por no haber hecho caso de mis padres, que me advirtieron que no viniera aquí. Te ruego que me ayudes. No dejes que los tiburones me agarren».

Topetón y Jaquetón daban vueltas alrededor del banco de coral en busca de Augusto.

—Caballito de mar… —llamaban—, ¿dónde estás?

Augusto permanecía en silencio.

Luego de varios minutos, ninguno de los dos había conseguido encontrarlo.

—Por eso no te dejo escoger los juegos —dijo Jaquetón enfadado—. Eliges juegos tontos que no son divertidos.

—Era un buen juego —gritó Topetón—. Solo estás enojado porque el caballito se escapó.

—Sí, estoy fastidiado. No me irrites más.

Los dos tiburones se alejaron discutiendo.

Augusto soltó un suspiro de alivio. «Gracias, Dios, por protegerme. Prometo ser más obediente y hacer caso de las recomendaciones de mis padres».

Con cuidado, regresó a su casa.

«Ahora sí que tengo algo que contarles a los demás —se dijo—. No pienso desobedecer más».

* * *

—¡Pobre Augusto! ¡Qué susto! —comentó Tristán—. Me alegro de que los tiburones no lo encontraran.

—Fíjate que si hubiera obedecido desde un comienzo no se habría metido en ese peligro —señaló su abuelo.

—Ahora comprendo por qué debo ser más obediente —reflexionó el niño—, aunque me manden hacer algo que no me apetece o que no entiendo. Si obedezco, me sentiré más feliz.

—Y probablemente evitarás meterte en líos —agregó el anciano—. A propósito, tu habitación se ve muy bonita y ordenada. Gracias por obedecer y recogerlo todo.

Tristán se acercó a su abuelo y le dio un abrazo.

—Me alegro de que estés contento de que haya obedecido también.

Moraleja: A veces cuesta obedecer; pero cuando hacemos lo que nos piden que hagamos, nos sentimos mejor.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemarie. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.
Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Reservados todos los derechos.
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Etiquetas: cuentos del abuelito, audio, tesoros del mar, relatos para niños, obediencia