Rincón de las maravillas
Cuentos del abuelito: Chiquisaurios: El estropicio de Patricio
lunes, julio 25, 2022

El abuelo Diego oyó un grito de enojo proveniente del cuarto de Tristán. Subió rápidamente al piso de arriba y, al abrir la puerta de la habitación, lo encontró con los ojos llorosos. El chico tenía en las manos su coche de bomberos favorito. La escalera del vehículo estaba rota.

—Tomás me lo rompió —dijo Tristán entre sollozos—. Lo pisó.

—No lo vi —dijo el otro niño apenado.

—¡Pero lo rompiste! —insistió Tristán.

—Lo siento —se excusó Tomás.

Tomás se sentía mal por haber roto la escalera. No lo había hecho a propósito.

—Déjame ver si se puede reparar —propuso el abuelo Diego.

—¡No quiero que Tomás vuelva a tocar mis juguetes! —exclamó su nieto.

—Vamos, Tristán, hay que saber perdonar —le recordó el abuelo—. Tomás dice que lo siente, y lo hizo sin querer.

Tristán se quedó contemplando su coche. Luego miró a su primo. Le costaba perdonarlo.

—¿Les he contado alguna vez lo que le pasó al dinosaurio Patricio? —preguntó el abuelo.

—No —respondió Tristán—. ¿A él también se le rompió su coche de bomberos?

—No fue exactamente eso —explicó su abuelo—, pero un día cometió un error que entristeció a su hermana. Llevemos tu camión de bomberos a mi taller, y mientras procuro arreglarlo les cuento lo que le sucedió a Patricio.

* * *

Había llovido muchos días seguidos, durante los cuales Patricio se había quedado en la guarida de su familia, planeando todos los juegos que podría hacer con sus compañeros al aire libre cuando parara la lluvia.

Cuando por fin salió el sol, fue corriendo a buscar a sus mejores amigos para invitarlos a jugar con él.

—¡Yago! —llamó—. ¡Pompita! ¿Dónde están?

Yago asomó la cabeza por la entrada de su guarida.

—Aquí. ¿Qué haces?

—¿Quieres que vayamos a jugar con Pompita? —le preguntó Patricio—. Tengo ganas de correr y pasarlo bien.

—Yo también —dijo Yago—. Vayamos a buscarla.

Se dirigieron entonces hacia la guarida de Pompita para ver si quería jugar con ellos. Como ella también estaba ansiosa de hacer algo divertido, los tres se encaminaron hacia un bosque cercano. Decidieron jugar a capturar la bandera, pero con una sola bandera: uno de ellos la escondería y montaría guardia mientras los otros dos intentaban apoderarse de ella.

Empezaron con Yago como defensor de la bandera. Pompita y Patricio tenían que procurar robársela.

—Uno... dos... tres... cuatro... —comenzaron la cuenta Patricio y Pompita.

Yago se fue corriendo para esconder la bandera y la colocó cuidadosamente dentro de un gran tronco hueco.

—...cuarenta y nueve... ¡cincuenta! —anunció Patricio—. ¡Vamos a encontrar la bandera!

—Si yo los atrapo primero, no —replicó Yago.

Patricio buscó debajo de algunos arbustos y detrás de unas piedras grandes, pero no encontró nada.

De pronto oyó un chillido juguetón de Pompita. Había descubierto la bandera, pero Yago la había visto antes de que se hiciera con ella y se había puesto a perseguirla.

«Esta es mi oportunidad», pensó Patricio. Se dirigió a toda prisa hacia el tronco hueco y allí encontró la bandera.

—¡Ajá! —exclamó al agarrarla—. ¡La tengo!

Enseguida echó a correr hacia su base con la bandera; pero Yago era rápido e iba pisándole los talones.

Patricio decidió salir del bosque y meterse en un campo grande.

—¡No me puedes agarrar! —gritó.

—¡PARA, PATRICIO! —oyó que le gritaban.

Demasiado tarde. Patricio había pisoteado el jardín de flores de su hermana Dina. Como iba corriendo, no lo había visto, y había pisoteado muchas de las flores.

—¡Ay, ay, ay! —dijo Yago meneando la cabeza al ver el destrozo.

Pompita salió corriendo del bosque para averiguar qué había ocurrido.

—¡Patricio, mira lo que hiciste! —se quejó Dina.

Estaba enojada porque había dedicado largas horas a cuidar con esmero de su jardincito.

Patricio, que le había arruinado las flores sin querer, no sabía qué hacer ni qué decir. Entonces notó que faltaba el cerco que solía haber alrededor del jardín.

—¿Dónde está el cerco? —preguntó—. Si no lo hubieras quitado, no te habría pisado las flores.

Aquello molestó aún más a su hermana. Nombró enfadada las distintas flores que Patricio había estropeado y mencionó cuánto tiempo habían tardado en crecer. Patricio repuso que era todo culpa de ella por no tener el cerco.

—¡Un momento! ¡Un momento! —exclamó Yago—. No está bien que se griten. Tiene que haber una forma de resolver esto.

Dina se secó las lágrimas.

—Con tanta lluvia se formó mucho barro, y el cerco se cayó —les explicó—. Por eso no está.

—Lo siento mucho —se disculpó su hermano—. Debí haber mirado por dónde pasaba.

—Bueno, a ver qué podemos hacer para ayudar a Dina a arreglar su jardín —intervino Pompita.

—¿Qué propones? —le preguntó Dina—. Estas flores están echadas a perder.

—Te podemos ayudar a colocar nuevamente el cerco para que esto no se repita —sugirió Yago.

—Y a atar palitos a las flores que están caídas para que se enderecen —añadió Patricio.

—No resultará —respondió su hermana con tristeza—. Tendré que arrancarlas y plantar otras. ¡Sigo enojada contigo, Patricio!

—Sé que estás enfadada —dijo Pompita—, pero Patricio lo hizo sin querer y lo siente mucho. ¿Por qué no lo perdonas? Entre todos podemos procurar arreglarlo. Seguro que se pueden rescatar algunas flores.

—De acuerdo —cedió Dina—. Perdóname por haberme enojado tanto contigo, Patricio. Te perdono. Me parece bien que me ayudes a arreglar mi jardín.

Patricio le sonrió.

—Gracias por perdonarme, Dina. Sé que cuidas muy bien de tus flores y siento haberlas estropeado. Puedo empezar por colocar de vuelta el cerco.

—Gracias —respondió su hermana—. Creo que algunas flores se recuperarán si les damos cuidados especiales.

Patricio fue a buscar las herramientas que necesitaba para ayudar a Dina. Pompita y Yago también se ofrecieron a dar una mano. Al poco rato, el jardín de Dina lucía otra vez hermoso. Patricio preparó un bonito letrero que colocó en el cerco y que decía: «Cuidado: Jardín de flores». También le trajo a su hermana algunos bulbos y semillas para que los plantara. ¡Dina estaba encantada!

* * *

—Tomás, te perdono por haber roto sin querer mi coche de bomberos —dijo Tristán—. Discúlpame por haberme enojado contigo. Si hubiera colocado el camión en el estante en vez de dejarlo en el suelo, no habría pasado.

—Yo siento haberlo roto. La próxima vez procuraré tener más cuidado —contestó su primo—. Si quieres, te presto el mío mientras te arreglan el tuyo.

—Gracias, Tomás. ¡Qué buena idea!

—Bueno, chicos —anunció el abuelo Diego—, creo que este coche de bomberos va a quedar bien. Una vez que se seque el pegamento, se verá casi como nuevo.

—¡Gracias, abuelito! —exclamó Tristán—. ¡Qué bien se ve!

Moraleja: Todos agradecemos que nos perdonen nuestros descuidos. Perdonar es amar.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.
Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production Ag, Suiza, 2008. Todos los derechos reservados.
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Etiquetas: cuentos del abuelito, resolución de problemas, audio, resolución de conflictos, chiquisaurios, comunicación, perdón, relatos para niños